Capítulo Cinco

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Hanna no ha dicho nada desde hace casi una hora.

Sus padres me habían advertido que ella no hablaba, pero no creía que sería tan literal.

En cuando eché a correr el reloj para iniciar con la terapia, sus labios se sellaron, se ha dedicado únicamente a ignorarme.

Y aunque parece ni siquiera escuchar lo que le digo, noto como hay un atisbo de sonrisa en sus labios, le divierte verme suplicando por respuestas que no obtendré.

—Hanna —la llamo, logro captar su atención pero me mira con diversión, puede ver lo irritado que estoy—, esto no hará que me vaya más rápido, lo sabes.

No responde.

Paso mis dedos por las hebras de mi cabello a la vez que suelto un suspiro de pura frustración. No quiero verme derrotado, pero no puedo evitarlo.

Echo una mirada a la pequeña libreta que tengo entre mis manos, está en blanco, ya que Hanna ni siquiera ha querido darme su nombre completo, aunque ya lo conozco.

El cronómetro suena, ni siquiera han pasado cinco segundos cuando la mano de Hanna lo alcanza y lo silencia, entonces me mira con una sonrisa triunfante—: La sesión ha terminado, Ian.

—Ni lo sueñes —niego con la cabeza—, ni siquiera ha comenzado.

—Acordamos una cosa —levanta su dedo índice—, cuatro sesiones a la semana como máximo, cada una sólo durará una hora y el tiempo comienza cuando el cronómetro se echa a andar.

—No dijiste nada durante la sesión

—Y no diré nada en las siguientes.

Cierro la libreta. Sé que no puedo hacer nada más, sé que no voy a convencerla, por lo menos ahora, no sé qué hacer.

—Lo siento —veo en sus ojos la sinceridad de su disculpa.

—¿Qué cosa?

—No poder decirte nada que quieras escuchar, y no es porque tenga algo contra ti, es por lo que eres, un psicólogo que irá corriendo a decirle a mi madre todo lo que yo te diga y no necesito eso.

Me tomo unos segundos para estudiar su expresión, no luce molesta, luce de alguna manera decepcionada, pero no sé por qué.

Es probable que ella sí quiera hablar, pero le aterra que su madre pueda enterarse de aquello que esconde.

—No le diré nada a tus padres —tomo una pausa— sin antes consultártelo.

Una risa carente de humor brota de su garganta.

—No podrás hacerlo, mi madre te obligará.

Se pone de pie, y camina fuera de la oficina que su padre nos ha prestado para la sesión. Yo en cambio, no puedo moverme.

Mi mente reproduce las últimas palabras de Hanna, si ella está convencida de que iré corriendo a decirle a sus padres lo que me confíe, debo suponer que es porque ya tuvo esta experiencia con alguno de sus psicólogos anteriores.

—¿Terminaron? —Eduardo se abre paso a la oficina, sus manos están dentro de sus bolsillos y en su rostro veo una expresión de impaciencia.

—Así es.

—¿Dijo algo?

—Absolutamente nada.

—Ya veo —suena derrotado, desesperanzado.

—Señor Mountaner, no pude obtener nada de ella, así que necesito consultar otras fuentes —me inclino hacia adelante y entrelazo mis dedos—, ¿tiene los expedientes que los psicólogos anteriores hicieron de su hija?

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora