Capítulo Treinta y Seis

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Quince minutos.

Sólo tengo esos minutos de libertad. El reloj que descansa sobre mi buró avanza demasiado rápido para mi gusto, cada que vez que el segundero se mueve, mi corazón se retuerce en mi pecho.

Mi vista viaja a la ventana, aquella vista que por años adoré del jardín hoy se convierte en el infierno.

El altar está adornado con telas en color lila y blanco, formando un arco y siendo sujetados entre sí por enredaderas y heliotropos.

El atril está siendo preparado por uno de los diáconos de la iglesia de la familia Ríos, mientras que todos han comenzado a tomar sus lugares en las sillas blancas que desde anoche comenzaron a acomodar.

Veo a mi madre recibir a todos con una sonrisa cálida y radiante, pero de vez en cuando alza la mirada para verme, y asegurarse de que siga aquí hasta que sea la hora.

La puerta se abre detrás de mí, pero no volteo. Mis piernas tiemblan al sentir la presencia de alguien más en la habitación, y mi corazón se acelera abruptamente.

Alzo un poco más la mirada, a través del cristal del ventanal veo el reflejo de quien está a mis espaldas, porta un elegante traje negro, está bien afeitado y puedo notar que su cabello está perfectamente peinado a pesar de sus rizos.

Jacob Ríos está aquí, y su mirada penetrante me eriza la piel.

—Te ves tan linda como una...

—¡Cállate! —lo interrumpo, girándome sobre mis talones para encararlo— No te atrevas a decir esa palabra, sólo él puede decirme así.

Me dedica una sonrisa torcida y se inclina un poco hacia adelante con un aire divertido por mi reacción.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a ver a mi novia.

—No soy tu novia —ruedo los ojos al cielo— Además ¿no se supone que es de mala suerte?

—¿Y no es eso lo que quieres?

Cierro mis manos en un puño, puedo sentir mis uñas recién limadas encajarse en mis palmas. No soporto sus burlas, no cuando sabe que tengo las manos atadas por su culpa y disfruta de verme así.

—Yo sé que te hice mucho daño, pero créeme, quiero enmendar eso.

Una risa carente de humor me asalta.

—No hablas enserio.

—Lo hago.

La profundidad de su voz me sobresalta, me mira directo a los ojos de una manera en la que hace años no lo hacía, trata de hacerme confiar en él, como los primeros días que estuve en su iglesia y quería que me sintiera en casa.

El marrón de sus ojos de repente no luce tan oscuro, un toque de color avellana inunda sus irises, su sonrisa se suaviza notablemente y avanza un par de pasos para quedar frente a frente.

—No estoy orgulloso de lo que te obligué a hacer, y tampoco deseo atarte para siempre a un matrimonio en el que no serás feliz.

—Entonces rompe el compromiso —le ruego—, por favor, dile la verdad a mi mamá y nos dejará a ambos.

—No puedo hacerlo —musita, con genuino pesar—. No quiero que mis padres sepan lo que te hice, no puedo romper de esa manera sus corazones.

Las lágrimas queman en mi garganta y siento el coraje naciendo en mi interior, la electricidad del sentimiento corre por cada una de mis venas, la siento recorrer mi brazo y provocar el hormigueo en mis dedos.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now