Capítulo Treinta y Nueve

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—La lasaña estará lista en veinte minutos.

Asiento ante el anuncio del pelinegro y miro el reloj que descansa por encima de la estufa antes de seguir lavando los trastos.

—¿Sabes? Yo creí que no podrías cocinar ni un solo huevo —confiesa Logan, mientras se acerca a mí y toma uno de los paños para comenzar a secar lo que voy terminando—, pero de verdad me sorprendiste ¿Quién te enseñó? ¿Fue Leonarda acaso?

—De hecho, fue mi mamá.

Un suspiro escapa de mis labios cuando mi mente trae de vuelta los recuerdos de lo amorosa que llegó a ser, y las innumerables tardes en las que nos la pasamos cocinando deliciosos platillos para todos los que estuvieran en casa.

—Ella no quería criar a una buena para nada, sabía que tarde o temprano podíamos caer en la ruina y por eso me enseñó lo esencial para mantener un hogar.

Enjuago el último tazón de cristal, y se lo paso para que lo seque y lo acomode. Su mirada penetrante se clava en mí, y alza ligeramente una de sus cejas, como si no fuera capaz de creer lo que acabo de decirle.

—Lamentablemente no llegaron a conocer esa versión de ella, era un verdadero ángel.

Abre la boca para decir algo, y parece pensárselo un poco antes de hablar, pero finalmente hace su pregunta—: ¿Y en qué momento fue que cambió?

Un bufido sale de mis labios y bajo la mirada, como si intentara recordar, pero sé perfectamente en qué momento fue, porque ese episodio de nuestras vidas cambió todo a nuestro alrededor.

—Creo que fue cuando llegamos a Sion —una risa sin humor brota de mi garganta—. Sí, definitivamente fue la familia Ríos quien detonó todo este desastre.

Muerdo mi labio inferior y meneo la cabeza de un lado a otro en un intento por apartar las imágenes que amenazan con invadir mi mente.

No quiero revivir el momento en que fui reemplazada por Jacob y Miriam. El momento en que comencé a sentirme acosada y presionada en mi propia casa y empecé a experimentar el rechazo y la soledad.

—Yo te entiendo —la profundidad en su voz me saca de balance por un momento—, después de todo, mi madre también nos dejó a la deriva a Raquel y a mí.

Muerde el interior de su mejilla y mueve su cuello de un lado a otro, como queriendo estirarse y relajarse, su acción parece tener un resultado inmediato, pues cuando su mirada conecta con la mía, una sonrisa tira de sus labios y un singular brillo destella en sus pupilas.

—Pero a pesar de eso, le agradezco todas las noches que estuvo sujetando mi mano esperando que me quedara dormido, y sus besos de buenos días.

—No podemos dejar de amarlas.

—Significa que algo maravilloso hará Dios en nuestras vidas —afirma, con un asentimiento animado—, estamos honrando a nuestros padres y ese es el primer mandamiento con promesa.

—Así es.

Él abre la boca para decir algo más, pero al dirigir su mirada sobre mi hombro, la cierra de golpe y forma una sonrisa torcida con ella.

—Creo que tu príncipe azul tiene una sorpresa para ti, loca menor.

Me giro sobre mis talones y una sonrisa de oreja a oreja se forma en mi rostro cuando veo a Ian de pie en el marco de la puerta, sosteniendo una caja forrada en color lila con un frondoso moño dorado sobre la tapa.

Mis pies se mueven involuntariamente hacia donde él se encuentra, me extiende uno de sus brazos haciéndome una invitación a abrazarlo y sin dudarlo lo hago. Me paro sobre las puntas de mis pies para plantar un corto beso sobre sus labios y susurrar un saludo en su oído.

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora