Capítulo Doce

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Estoy en la oficina de Eduardo Mountaner.

No hace nada por disimular la alegría que siente, pero como siempre, no pierde su porte.

Está perfectamente peinado y vestido, su espalda recta y todo movimiento que hace parece estar calculado.

—No sé qué es lo que está haciendo con mi hija, sólo sé que me agrada —toma asiento en la silla de su escritorio—. No sólo ha logrado que nuestra hija conviva un poco más con nosotros, también ha hecho que vuelva a salir de casa y hasta hicieron un nuevo amigo.

Se inclina hacia mí y entrelaza sus dedos por encima de la mesa.

—Sólo tengo una cosa que decir —sonríe—; tiene mi aprobación para casarse con Hanna.

El café se queda atorado en mi garganta y toso en busca de aire. ¿Escuché mal?

—¿Qué dice?

El hombre rompe a carcajadas mientras se balancea en la silla, mientras tanto, yo tomo una servilleta y limpio lo que escupí.

—Usted es todo aquello que me gustaría para mi niña —prosigue—, no me molestaría en lo absoluto que fueran pareja.

—Señor, por favor, ¡le llevo siete años a Hanna!

—¿Qué es la edad? Sólo un número —hace un gesto desdeñoso con la mano para después soltar una larga risa—. Es broma, Ian, quita esa cara.

Él suspira y niega con la cabeza.

—No sería capaz de comprometer a mi hija con un chico sólo porque a mí me agrada.

Mentiroso.

Ya lo hizo una vez con Jacob, y ahora acaba de insinuarlo descaradamente conmigo.

Pero estoy seguro de que está yendo en contra de su esposa, mientras que él nos da todo su apoyo para que salgamos juntos, ella sigue planeando salidas donde Jacob y Hanna puedan encontrarse.

Están compitiendo en nuestras caras, y no van a parar.

—Bueno, también lo cité para avisarle que Daniela y yo estaremos toda la tarde en el centro, en una reunión de negocios y llevaremos a Damián con nosotros —explica—, llegaremos entrada la noche.

—Comprendo.

—Y quiero pedirle que no salgan esta tarde, no me gustaría que Leonarda se quedara sola en casa, usted sabe que ya no ve muy bien y a su edad una caída podría ser terrible.

—Yo me encargaré de estar al tanto de ambas —le aseguro—, pueden irse tranquilos.

—Confío en usted, Ian.


[...]


—¡Tienes que prometerme que me darás un recetario con todo lo que me has cocinado!

Tomo una de las rosetas anaranjadas y me la llevo a la boca, el sabor a queso chédar estalla en mi boca.

— Me rehúso a volver a San Francisco y no volver a probar estas delicias.

Hace ya varias horas que los padres de Hanna salieron y nos dejaron a los tres solos en la hacienda.

El sol ya ha bajado, y el cielo nocturno comienza a hacerse presente. Hemos decidido que tendremos una noche de películas, y mientras Leo y yo preparamos las botanas, la rubia arregla todo en la sala.

—Para eso todavía falta mucho hijito mío —sonríe—. Mientras anda, ayúdame a llevar esto.

Tomo el gran tazón que Leonarda, como tiene por costumbre, ha llenado hasta el tope y casi se desborda. Pero dejo un brazo libre, este se lo ofrezco a la mujer de cabello gris y ella lo toma con alegría.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now