Capítulo Veintiocho

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En cuanto salgo a la terraza, con Daniela Monroy aferrada a mi brazo, y en compañía del chico de cabello azabache, noto como la mirada de Eduardo Mountaner se posa directamente sobre nosotros.

Al igual que yo, no entiende que es lo que pasa. Lo sé porque se dedica a mirarnos como si fuéramos lo más peligroso a kilómetros a la redonda.

Puede que sea así.

Todo se siente totalmente diferente, y sólo me fui de Guanajuato por una semana.

Detrás del hombre, puedo ver la melena rubia de Hanna meciéndose de un lado a otro, al ritmo del balanceo de la rubia que disfruta de la pacifica música que no estoy muy seguro de donde proviene.

—Ahora sí podemos terminar nuestro festejo, acompañados de nuestros invitados especiales.

Casi me creo la mentira de la madre de mi paciente, le ha salido tan natural que incluso me daría pena confesar que no soy bienvenido, como lo quiere hacer creer.

La chica ojiazul se da la vuelta, y mi corazón da un vuelco en mi pecho cuando nuestras miradas conectan.

Siempre se ve hermosa, pero se nota que su madre se esmeró en hacer que su apariencia fuera perfecta esta noche.

El vestido blanco que la cubre la hace ver como el más bello de los ángeles, sus grandes ojos y coloradas mejillas la dan aspecto de una muñeca de porcelana.

Y sus labios...

El color rojo carmesí contornea las curvas peligrosas de sus labios, y lucen tan atractivos, tanto como debió haber lucido la manzana de la que comieron Adán y Eva.

De un momento a otro, ella se precipita hacia mí. Apenas y puedo zafarme del agarre de la elegante anfitriona, cuando ya estoy siendo envuelto por unos delgados y acogedores brazos.

—No sé cómo haces para venir siempre que te necesito —susurra en mi oído.

—¿Qué ocurre, pequeña?

Ella se separa un poco de mi, y abre su boca para decir algo, pero entonces siento los largos dedos de su madre intentar rodear mi brazo.

—Ian, toma asiento por aquí.

Me siento a regañadientes en el lugar que ella me indica, y veo como Hanna se acerca a mí para sentarse en el lugar vacío a mi lado, pero su madre es más veloz y lo ocupa primero.

—Lo siento mi amor —una ligera sonrisa se apodera de los delgados labios de su madre—, pero esta vez, nosotros somos los espectadores.

—¿Espectadores de qué?

—Hanna —Jacob habla por primera vez desde que subimos.

Se acerca a ella, y le tiende la mano en espera de que la chica la tome, pero no lo hace.

Todas las miradas recaen en ellos, en cambio él, intenta evitar todas y cada una de las miradas, menos la mía.

No hay duda, algo va mal.

Jacob Ríos luce tan vulnerable, su desesperada mirada parece estar rogando mi ayuda, pero al ver que tampoco puedo reaccionar, continúa.

—Voy a hacer algo que... —deja la frase en el aire, y lanza una mirada fugaz a la señora de Mountaner, quien le hace una seña con la mano, indicándole proseguir.

El chico peina su cabello rizado con los dedos de su mano y ríe con nerviosismo mientras busca encontrarse con la mirada de Hanna.

—Voy a hacer algo que anhelo desde hace mucho tiempo.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now