Capítulo Veintitrés

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—No sé ustedes, pero yo me veo como todo un vaquero.

Veo a través del retrovisor y sonrío al ver a Logan jugueteando con el sombrero que acaba de comprar en nuestra última parada.

Este día partimos a San Francisco desde temprano, aun con las quejas de Daniela Monroy recordándole a su hija que los domingos no podía salir, Eduardo Mountaner intervino por nosotros y autorizó nuestro viaje.

Hace una hora que llegamos, pero antes de ir a la Iglesia los llevé a una reconocida tienda de sombreros, donde cada uno compró el suyo y demás accesorios artesanales.

—¿Y qué piensas del tuyo, Hanna? —pregunta Logan, inclinándose hacia nosotros para ver a la chica que va de copiloto.

—No sabía que necesitaba un sombrero rosa hasta que vi este —la emoción se filtra en su tono se voz mientras se coloca el gorro en la cabeza—. Adoro este lugar.

—¿No crees que es un poco rápido para decir eso? —alzo una ceja.

—Para nada —niega, con una sonrisa—. Hay calidez en cada uno de los negocios, lo siento acogedor, a pesar de que es completamente diferente a Guanajuato Capital.

—Ella tiene razón —concuerda Logan—, hay algo en este lugar que te hace sentir en casa.

Casa.

Un suspiro sale de mis labios, pero no digo nada más, mis dos acompañantes siguen hablando entre ellos acerca de todo lo que ven por la ventana y una sonrisa se forma en mis labios.

Estaba tan acostumbrado a este lugar, todos los días caminaba por las calles que conozco desde la infancia, pero me olvidé por completo de la calidez que tiene el municipio.

Ahora me siento como un extraño, manejando en medio de un pueblo desconocido que en algún momento fue mi hogar.

Aunque ahora, ya no lo siento de esa manera, y eso no es bueno.

El auto nos transporta lejos del centro, y maniobro el volante para entrar a Valle del Paraíso.

Mi pie empuja el freno y lentamente el auto se detiene fuera del edificio. Los murmullos de mis amigos se detienen en cuanto el vehículo queda estático.

—Bienvenidos a Jesús es Rey.

Veo como ambos se asoman por las ventanas y clavan sus ojos en el letrero con el nombre de la Iglesia, y lentamente recorren con su vista el resto de la estructura hasta vislumbrar la puerta entreabierta.

—Llegamos algo temprano —rompo el silencio mientras me quito el cinturón de seguridad—, pero los pastores y sus hijos siempre están aquí desde antes para preparar todo.

La melodía del teclado llega a nuestros oídos y después de unos segundos puedo escuchar a Antonio cantar.

Quiero un encuentro con el gran Yo Soy, Señor anhelo de tu doble unción.

—Bueno —habla la rubia—, vayamos de una vez.

Salimos del vehículo, y una vez estando hombro a hombro, decidimos entrar. Subimos las escaleras mientras seguimos escuchando la canción de mi mejor amigo y los comentarios de sus hermanas.

Cuando llegamos al segundo piso, veo al chico moreno de pie junto a los instrumentos, ha dejado de tocar y está discutiendo con las dos chicas rizadas que comparten su sangre.

—Dios los bendiga —me atrevo a hablar para obtener su atención.

Mi voz parece tener un efecto inmediato, pues en cuanto me escuchan el trío deja de hablar y sus cabezas se levantan bruscamente para encararme.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now