Capítulo Treinta y Ocho

193 49 40
                                    

—¿Dónde estamos?

Mis pies tocan el suelo nuevamente y me quito el casco de la cabeza.

Ian no me responde de inmediato, sino que se toma su tiempo para cerrar el enrejado que protege la casa donde hemos entrado, mientras que Logan se encarga de poner ambas motocicletas en su lugar.

No tengo ni la menor idea de donde estamos, sé que salimos de Guanajuato Capital hace unos cuantos kilómetros atrás, pero no hemos llegado a San Francisco, no estamos ni cerca.

—Logan y yo estamos rentando esta casa desde que tu madre comenzó a perseguirnos —responde, al tiempo que se encoge de hombros—, hemos permanecido ocultos aquí, es un lugar pequeño, pero lo dejaremos enseguida que todo se calme... o que nos encuentren.

—¿Cómo es posible que ella no los haya encontrado en todo este tiempo?

—Bueno, conoce a Logan Andrade, pero no sabe nada de la existencia de Logan Duquesne —esta vez, es el pelinegro quien responde a mi pregunta—. Estoy usando mi nombre real para rentar este lugar.

El casco es arrebatado de mis manos, y veo a Ian colgarlo en el cuerno de la motocicleta. Cuando termina, menea su dedo índice de un lado a otro, haciendo que el aro de aluminio de las llaves gire alrededor de este.

—Entremos a casa.

—¿Es seguro?

—Nadie nos siguió —se encoge de hombros—, por lo menos hoy, no somos nosotros los que debemos preocuparnos por tu madre, que debe estar histérica.

Asiento pausadamente.

Siento la angustia arremolinarse en mi pecho y un escalofrío escala por mi espina dorsal al pensar en lo que posiblemente está pasando en la Hacienda ahora mismo.

Mi padre, Damián, Leo, y todos los demás empleados deben estar viviendo en carne propia lo que es enfrentarse a algún demonio. Incluso Jacob, que ha sido su persona favorita desde hace años, debe estar enfrentando las consecuencias por ayudarme a escapar.

Un largo brazo me pasa por la espalda, y los dedos largos de Ian terminan enganchándose en mi hombro. Su sonrisa no ha desaparecido, y puedo notar el alivio bailando en sus pupilas, irradia tanta paz, que me contagia enteramente.

Nuestros pasos son lentos, pero decididos. El castaño es quien me guía, y al abrir la puerta, me pide que sea yo la primera en pasar.

No puedo evitar sentirme nerviosa, las palmas de mis manos están bañadas en una capa de sudor, e intento secarlas tallándolas con el material del vestido de la manera más disimulada que me es posible mientras me adentro a la vivienda.

Es pequeña, la sala de estar tiene muebles que no combinan entre sí, y soy capaz de vislumbrar un par de chaquetas de cuero arrojadas a los sillones, así como un par de botas tiradas a media estancia.

Luce desencajado, pero por alguna razón, no tengo ningún problema en sentirlo un hogar. Ian y Logan se han encargado de hacerlo sentir como eso, y no sólo como un escondite.

—En el cuarto del fondo hay un closet —el chico de ojos hazel señala un pasillo que se extiende después de la sala de estar—, hemos comprado varias cosas para ti, puedes ir a quitarte ese vestido, puede que nos sirva para una fogata en invierno.

Un codazo es atestado en sus costillas y un gemido brota de su garganta al tiempo que una mirada de pocos amigos es lanzada a él como flecha, pero yo sólo puedo reír ante las acciones de ambos hombres.

—Lo quemaremos, eso es seguro —río.

Avanzo por la pequeña sala de estar, y tomo asiento en el sillón individual, la abultada falda parece cubrirlo casi por completo y por un momento se siente como estar sentada en una nube.

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora