Capítulo Cuarenta y Cuatro

171 37 29
                                    

No puedo dejar de temblar.

Mis manos se mueven de manera incontrolable, y por más que intento disimularlo apretando los puños, no puedo mantenerlas quietas.

Siento el brazo de Ian abrazarme con fuerza, mi cabeza está recargada en su hombro y soy capaz de escuchar un montón de palabras consolaras de su parte, pero en este momento no puedo prestarle atención.

Sólo quiero ver a mi mamá.

—Logan, por favor, conduce más rápido.

—Voy lo suficientemente rápido para llegar a la clínica a pie y no en una camilla de ambulancia —su mirada encuentra la mía a través del espejo retrovisor—. Ya casi llegamos, sólo faltan un par de cuadras.

Escondo mi rostro en el hueco del cuello de Ian y mis manos se cierran aprisionando el material de su saco.

Mi pecho duele, como si una parte de mí se estuviera desprendiendo y el miedo me invade. No he dejado de orar desde que subimos al auto, y aunque en un inicio rogaba al cielo que mi madre estuviera bien, mi espíritu se removía, ordenando que cambiara mi oración por un "déjame verla una vez más".

Mi mente no deja de reproducir una y otra vez las palabras angustiadas y cargadas de dolor de mi padre, cuando me dijo que ella había intentado suicidarse y ahora su vida pendía de un hilo.

La alarma se enciende en mi sistema cuando noto que nos hemos detenido y escucho el seguro siendo removido.

Estoy a punto de usar mis manos para alejar a Ian de mí, pero antes de que esto suceda él me suelta y se estira hasta abrir la puerta que está a mi lado-; Anda, corre.

Obedezco sin dudarlo. El suelo está terriblemente frío pero aun así no me detengo hasta cruzar la enorme puerta que lleva a la recepción.

Una vez estando dentro, corro al escritorio frente a mí donde les pido a un grupo de enfermeras que busquen información acerca de Daniela Monroy. No pasa demasiado tiempo hasta que una de ellas me pide que suba al segundo piso.

Mis piernas se mueven por sí solas y suben corriendo las escaleras, siento una presión en el pecho y un piquete en la parte baja de las costillas, pero ignoro el dolor para seguir con mi camino.

Lo primero que veo, es una pequeña sala de espera, y en uno de los sofás veo a mi padre siendo consolado por Damián.

—Papá —me lanzo a sus brazos, mientras un suspiro escapa de mis labios— ¿Y mamá?

—Todavía no nos dan razón —sus brazos me atraen a él con fuerza, tanta que por un momento me cuesta demasiado respirar.

—¿Qué pasó?

—No lo sé —llora—. Ella aceptó ir a la graduación, la dejé arreglarse en la habitación pero al ver que no bajaba y se nos hacía tarde, decidí ir a buscarla.

Escucho unos pasos entrando en el espacio, no necesito voltearme para saber que se trata de los dos chicos que dejé atrás.

—¡No me respondía! Entre Damián y yo tuvimos que derribar la maldita puerta —se sorbe los mocos y limpia sus lágrimas con el puño de su camisa, en entonces, cuando noto unas pequeñas manchas de un color rojizo opaco—. La vi en el suelo, convulsionándose mientras le salía una especie de espuma con sangre de la boca.

La imagen que se dibuja en mi mente es tan horripilante que sacudo mi cabeza de un lado a otro en un intento por alejarla, pero es simplemente imposible.

—Cuando los paramédicos llegaron, encontraron una bolsa plástica con la sustancia que ingirió, aún no sabemos que es, pero si de algo estoy seguro, es que no fue un accidente.

Una Vez MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora