Capítulo Tres

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—Estoy listo.

Sonrío después de cerrar el maletero de mi auto y me giro sobre mis talones para encarar a Elías y a Antonio, quienes me miran con una cálida pero cansada sonrisa.

—Casi listo —Antonio busca algo en el interior de su chamarra.

Cuando logro conocer lo que sostiene, mi mandíbula se aprieta y mis músculos se tensan.

El grueso libro con pasta dura en color blanco, casi parece brillar en sus manos, como si de verdad tuviera un aura a su alrededor, sin embargo, la sensación que provoca en mí no es nada agradable.

—No llevaré la Biblia.

—Pero...

—Pero nada ­—lo interrumpo—. Tiré cada una de las que estaban en casa ¿qué te hace pensar que llevaré esa?

—Que fue la única biblia que conservaste —responde encogiéndose de hombros—. Esta es importante para ti después de todo, fue un regalo de Samantha, creo que deberías llevarla.

—Nunca sabes cuándo puedes necesitar una palabra de aliento —añade Elías, con una sonrisa de complicidad—, y quizás puedas compartirle un poco a Hanna.

—Claro —río con sarcasmo—, sabes que no es muy ético de nuestra parte hablarles sobre Dios a nuestros pacientes.

—Como si alguna vez hubiéramos hecho caso a eso —ríe, mientras que yo me cruzo de brazos completamente serio, pero en silencio, pues no puedo negar lo que acaba de decir.

—No te pedimos que la estudies como antes lo hacías —mi mejor amigo suena suplicante, y el hombre de cabello entrecano le regala una mirada reprobatoria—, o que evangelices a Hanna, simplemente llévala contigo.

—-Samantha habría puesto esto en tu maleta, antes que cualquier otra cosa.

Ruedo los ojos al cielo y extiendo mis manos para que el chico moreno frente a mi pueda depositar la Biblia en ellas, él lo hace sin dudarlo y se encarga se hacerme sujetarla con fuerza.

—Eso que acabas de hacer, Elías, se llama manipulación emocional.

—Y funcionó a la perfección —habla orgulloso—. Anda, no queremos que quedes atrapado en el tráfico y un viaje de dos horas se convierta en uno de casi cuatro.

—Estaremos en contacto ¿cierto?

—Así será.

—Lo prometemos.

Con una enorme sonrisa en mi rostro, abro la puerta de mi auto y dejo caer mi cuerpo sobre el asiento de cuero, arrojando el pesado libro a la guantera, aseguro la puerta y me coloco el cinturón de seguridad.

Echo una última ojeada a mi casa, y la melancolía se asienta en mi pecho, los recuerdos me golpean bruscamente haciendo aún más difícil la despedida.

—Buen viaje, que Dios te acompañe.

El hombre mayor menea su mano en despedida, mientras que el joven junto a él ha unido sus manos y ha comenzado a murmurar algo, sé que está orando.

No soy capaz de responder, así que me limito a asentir y dedicarles una señal de despedida con la mano.

El motor ronronea en el momento que enciendo el auto y comienzo a maniobrar con el volante, salgo de la privada y al girar a la derecha, ya me encuentro andando sobre la carretera 37, dejando atrás mi hogar y a mis amigos.

Mi vista viaja por un segundo al asiento el copiloto, donde reposa el frondoso ramo de gerberas rosadas y girasoles que compré hace un par de horas, recordándome que debo hacer una parada en el cementerio antes de ir a Guanajuato.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now