Capítulo Siete

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Creo haber descubierto lo que atormenta a Hanna.

Los días siguientes a nuestro encuentro en la cocina me puse en marcha, procuré sentarme al lado de Hanna en el comedor y acercarme recurrentemente a ella para tratar de hablar.

Al inicio, se tensó tanto que apenas y probó bocado —aunque después la veía en la cocina picando cualquier cosa que hubiera en la heladera, o que Leonarda estuviera cocinando—.

En medio de las sesiones —aún todas con dibujos—, procuraba acercarme a ella desde varias direcciones, y me di cuenta de que en efecto, no me tiene miedo a mí, sino la manera en que me aproximo a ella.

Sus dibujos sólo me han confirmado algo que ya sé, es una chica con un interior hermoso, encarcelada por espinos que rodean su corazón y nubes que cubren sus pensamientos y desatan una tormenta.

No le gustan muchas cosas de ella, su cuerpo es una de esas cosas.

Mi interior se desgarra al recordar cómo se cubría aquella noche, no era pudor, era pura vergüenza y odio a sí misma.

Por último, en cada dibujo veo todo el rencor que siente por dentro, como se siente traicionada, herida y llena de miedo, un temor que no me ha dejado ver hasta ahora, pero eso está por cambiar.

Hanna está sentada frente a mí, con su atención puesta enteramente en las dos figuras humanas que le he pedido que dibujara.

En este dibujo, ya ha demorado bastante a comparación de los anteriores, y lleva varios borrones, de cada uno de ellos he tomado nota.

—¿Tienes problemas con el dibujo?

—No soy buena dibujando anatomía —responde a secas, aun concentrada en el dibujo, pero sé que miente, ya he visto sus dibujos, todos me los ha mostrado Damián.

Decido no insistir más, y me recargo en el respaldo de la silla. Echo mi cabeza hacia atrás y clavo mi vista en el blanco techo.

No quiero que mis sospechas sean ciertas.

Prefiero una y mil veces iniciar de cero, totalmente en blanco, que tener esa respuesta, porque sé que se pondrá aún más a la defensiva.

—Listo.

Bajo mi mirada hasta toparme con los de ella, pero no me mira a mí, ella sigue viendo el dibujo que acaba de hacer, aunque ya me lo está ofreciendo.

Cuando lo tomo, un suspiro involuntario sale de mis labios cuando echo un vistazo a los dos cuerpos, uno de hombre y el otro de mujer. Pero no me centro demasiado en el resultado final, sino en las zonas de los borrones.

Aunque les ha puesto ropa, su problema al dibujarlos fue exclusivamente en la zona del abdomen de la mujer, en los órganos sexuales de ambos. Y lo sé.

Acerté.

—Hanna —tengo la garganta seca.

—¿Qué ocurre?

Alzo mi vista hacia ella, aunque trata de lucir calmada el jugueteo de sus dedos la delata, sus gruesos labios están entreabiertos, sus ojos azules se clavan directamente en mi exigiendo una respuesta.

—Quiero que permanezcas tranquila —mi voz es baja, sólo lo suficiente para que ella me escuche, pero no salga de las cuatro paredes de la habitación—, tengo que preguntarte algo ¿de acuerdo?

Ella asiente pausadamente.

Me aclaro la garganta y abro la boca para hablar, pero las palabras no salen, mis manos ya están sudando.

No quiero ser invasivo, no quiero que se aparte, pero no hay manera de ignorar o suavizar la pregunta.

—¿Fuiste abusada sexualmente?

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