Capítulo Dieciocho

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Estoy tratando de espiar a Hanna y a su madre.

Hace poco más de media hora, cuando la adolescente llegó de la escuela, Daniela Monroy la trajo a la oficina de Eduardo, para hablar con ella de un tema serio e importante, a solas.

Recalcó eso último viendo hacia mí, y haciendo que todos comprobemos una vez más, que me tolera cada vez menos.

Aun así, el hecho de no querer que yo escuche lo que tiene que decir me ha preocupado no sé si más de lo debido, pero no soy el único, el joven capataz también está hecho un manojo de nervios mientras mantiene su oreja pegada a la puerta, y yo intento ver por el cerrojo.

—Están hablando, pero no entiendo lo que dicen —refunfuña.

—Cállate, que nos va a oír.

—Esto tiene que ver con el idiota de Jacob, estoy seguro.

El estómago se me revuelve de solo pensar que ese arrogante chico y la ignorante madre de familia están ideando algo nuevo para atraer a Hanna, incluso yo estoy cansado de cada una de ellas.

No es difícil darse cuenta de la incomodidad de la rubia en cuanto el de cabello rizado pone un pie en la misma habitación que ella, incluso su padre lo sabe, pero no hace nada por frenar la insistencia de su esposa en convertirlos en pareja de nuevo.

Diviso una sombra a través del cerrojo, y noto como cada vez se hace más grande.

—Van a salir, corre.

Nos ponemos de pie, y trotamos hasta la cocina con la esperanza de que ninguna de las dos haya escuchado nuestros pasos, y cuando estamos abriendo la puerta, el despacho también se abre.

—¡Damián! —grita la elegante mujer viéndonos.

—D-Diga señora —tartamudea.

—Se me hizo tarde —resopla—, ¿podrías ayudarme con algunas cosas en la joyería?

—Claro —intenta disimularlo, pero el chico siempre ha sido tan fácil de leer que se nota su alivio.

Veo como Hanna se abre paso por detrás de su madre, y sin voltear a vernos se dirige a las escaleras con pasos rápidos y se pierde de nuestra vista en cuestión de segundos.

Definitivamente algo pasó.

—Procuraremos no tardar demasiado —continua la señora de Mountaner, dirigiéndose a mí.

—De acuerdo.

El chico de ojos almendrados me mira y hace una discreta inclinación con la cabeza, apuntando hacia las escaleras, comprendo de inmediato lo que me trata de decir y asiento con una sonrisa.

—Yo me ocupo, tú conduce con cuidado.

Me regala una sonrisa de oreja a oreja y con la misma energía de siempre, trota para alcanzar a nuestra patrona que ya se encuentra en la puerta, y la cierran detrás de ellos.

Sin pensarlo dos veces, comienzo a subir las escaleras hasta el segundo piso, donde busco la habitación de mi paciente, la cual está cerrada, y alzo mi mano para golpear la puerta.

Diez, veinte, treinta segundos pasan y no tengo respuesta de su parte, así que vuelvo a tocar, pero no escucho nada.

—¿Hanna? ¿Estás bien?

Insisto, y mi respuesta sigue siendo la misma: silencio.

La preocupación comienza a filtrarse en mi sistema, y pongo mi mano sobre la perilla de la puerta, cuando la giro esta se abre frente a mí, y mi alma regresa al cuerpo cuando la veo sentada en su cama, comiendo una bolsa de galletas.

Una Vez MásWhere stories live. Discover now