XXXVII

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3 días.

—Realmente tú... De todas las personas que conozco, ¿Creíste que sentía algo por ti? —Michael Myers susurró, con una sonrisa tétrica en sus labios y un tono de voz que espantaba a cualquiera. Con sus dedos acarició la mejilla de Jake, el cual le miraba atónito—. Deberías ver tu cara, ¿Quién querría a alguien como "Tú"? —Hizo énfasis—. Bastardo, crees que realmente puedes cambiar a una persona con un cuento de mariposas.

—Pero yo... —Susurró, con la mirada perdida en el suelo, tratando de asimilar todo lo que había oído—. Tú dijiste qué...

—¿Qué yo también te amaba? —Le interrumpió—. ¿Por qué siempre hablaría con la verdad? En realidad, en primer lugar; ¿Tengo algún motivo para quererte?

—Y-Yo... No lo sé —. Balbuceó, apenas logrando contener sus lágrimas.

—Exacto. Ni tú mismo sabes el motivo y es porque, exactamente, no hay ninguno —Vociferó sin ningún ápice de piedad en sus crudas palabras. Solo hiriendo, como si sus palabras fueran dagas, acuchillando el corazón de Jake—. No eres especial, nunca lo serás, no para mí ni para nadie.

De repente, el rostro de Michael Myers se deformó, transformándose en el rostro del padre del azabache. Jake soltó un sofocado e estridente chillido, en donde de inmediato, se tapó la cara con las dos manos y apretó fuertemente los párpados, evadiendo cada punto de visión en donde podría visualizar a su progenitor.

—¿Jake? —Volvió a escuchar la dulce voz del asesino, y sintió, aquél tacto cálido en sus dedos y luego, como la iluminación traspasó sus párpados y como cada uno de sus dígitos de apartaban de su semblante—. ¿Pasó algo?

Jake Park abrió lentamente los ojos, con los potentes latidos de su corazón en los oídos. Su visión se aclaró y figuró cada estructura de la cabaña, junto a Michael, el cual estaba en frente suyo.

La gran altura del ojiazul y su cuerpo, le impidió ver más que el pecho de este. Con temor, alzó la mirada y lo miró, analizó su rostro y entendió que todo, había sido producto de su mente.

Quizás estaba tan agotado que por ello, alucinaciones aparecían de repente, algo que nunca le había sucedido. Jake pensó que tal vez, aquellas visualizaciones podrían ser obra del Ente, tratando de enloquecerlo, utilizando uno de sus mayores traumas de la infancia.

—No, nada... —Aclaró con algo de inseguridad, aunque Michael desde el primer momento, desconfiaba de tal respuesta—. ¿Hay algo que debamos hacer ahora? Así voy a buscar alguna prenda en las habitaciones de esta cabaña si es necesario.

De inmediato cambió de tema, evitando la mirada de Michael, el cual no se había dejado llevar sus palabras.

—¿Tienes hambre?

—Oh, ¿Por qué preguntas eso? —Le preguntó y luego, aclaró la garganta para posteriormente responder con seguridad— Mmm... ¡Sí! Lo había olvidado por completo. Esta situación cojonuda me ha tenido la cabeza puesta en, solo, ese asunto. Asi que quiero decir de que, no recuerdo la última vez que comí algo pero ahora que lo mencionas, de aquí puedo oír los rugidos de mi estómago —Bromeó, mientras que palmeaba su panza. Michael, reservado, levantó levemente la comisura izquierda de sus labios, en el fondo, le había hecho gracia ese chiste tan malo—. Sí, soy todo un comediante, lo sé. ¿Y tú, Michael? ¿También tienes hambre?

—Sí —Afirmó secamente, con aquél habitual tono de voz gélido— Vístete, saldremos en unos minutos antes de que anochezca por completo —Ordenó, a punto de colocarse su máscara—. Cuando bajes, debo explicarte un par de cosas.

Bonhomía → Michael Myers x Jake Park ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora