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"Noche juntos"


Ni Percy ni su padre pararon mucho en casa durante la semana siguiente. Se marchaban cada mañana antes de que se levantara el resto de la familia, y volvían cada noche después de la cena.

La señora Weasley miró el reloj de pared del rincón. A Blair le gustaba aquel reloj. Resultaba completamente inútil si lo que uno quería saber era la hora, pero en otros aspectos era muy informativo. Tenía nueve manecillas de oro, y cada una de ellas llevaba grabado el nombre de un miembro de la familia Weasley. No había números alrededor de la esfera, sino indicaciones de dónde podía encontrarse cada miembro de la familia; indicaciones tales como «En casa», «En el colegio» y «En el trabajo», pero también «Perdido», «En el hospital» «En la cárcel» y, en la posición en que en los relojes normales está el número doce, ponía «En peligro mortal».

Ocho de las manecillas señalaban en aquel instante la posición «En casa», pero la del señor Weasley, que era la más larga, aún seguía marcando «En el trabajo». La señora Weasley exhaló un suspiro.

-Su padre no había tenido que ir a la oficina un fin de semana desde los días de Quien-ustedes-saben -explicó- Lo hacen trabajar demasiado. Si no vuelve pronto se le va a echar a perder la cena.

-Bueno, papá piensa que tiene que compensar de alguna manera el error que cometió el día del partido, ¿no? -repuso Percy- A decir verdad, fue un poco imprudente al hacer una declaración pública sin contar primero con la autorización del director de su departamento...

-¡No te atrevas a culpar a tu padre por lo que escribió esa miserable de Skeeter! -dijo la señora Weasley, estallando de repente.

-Si papá no hubiera dicho nada, la vieja Rita habría escrito que era lamentable que nadie del Ministerio informara de nada -intervino Bill, que estaba jugando al ajedrez con Ron-Rita Skeeter nunca deja bien a nadie. Recuerda que en una ocasión entrevistó a todos los rompedores de maldiciones de Gringotts, y a mí me llamó «gilí del pelo largo»-Blair rio por lo bajo ganándose una sonrisa del pelirrojo.

-Bueno, la verdad es que si está un poco largo, cielo -dijo con suavidad la señora Weasley-. Si me dejaras tan sólo que...

-No, mamá.

La lluvia golpeaba contra la ventana de la sala de estar. Hermione se hallaba inmersa en el Libro reglamentario de hechizos, curso 4º, del que la señora Weasley había comprado ejemplares para ella, Harry y Ron en el callejón Diagon. Charlie zurcía un pasamontañas a prueba de fuego. Blair se encontraba mirando como Ron y Bill jugaban ajedrez mágico. Harry, que tenía a sus pies el equipo de mantenimiento de escobas voladoras que le había regalaron Blair y Hermione el día en que cumplió trece años, le sacaba brillo a su Saeta de Fuego. Y los gemelos en su cuarto, Merlín sabe que, estarán haciendo.

-¡Ya viene su padre! - anunció repentinamente, al volver a mirar el reloj.

La manecilla del señor Weasley había pasado de pronto de «En el trabajo» a «Viajando». Un segundo más tarde se había detenido en la indicación «En casa», con las demás manecillas, y lo oyeron en la cocina.

-¡Voy, Arthur! -dijo la señora Weasley saliendo a toda prisa de la sala.

Un poco después el señor Weasley entraba en la cálida sala de estar, con su cena en una bandeja. Parecía reventado de cansancio.

-Bueno, ahora sí que se va a armar la gorda- dijo sentándose en un butacón junto al fuego, y jugueteando sin entusiasmo con la coliflor un poco mustia de su plato- Rita Skeeter se ha pasado la semana husmeando en busca de algún otro lío ministerial del que informar en el periódico, y acaba de enterarse de la desaparición de la pobre Bertha, así que ya tiene titular para El Profeta de mañana. Le advertí a Bagman que debería haber mandado a alguien a buscarla hace mucho tiempo.

𝕱𝖔𝖗𝖊𝖛𝖊𝖗 𝖆𝖓𝖉 𝖆𝖑𝖜𝖆𝖞𝖘 | ʙᴡWhere stories live. Discover now