Ocho

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Levi

Yannick llegó a la solitaria y silenciosa cafetería confundido por la repentina llamada telepática que el castaño le dió. Le pidió las llaves del Perla Negra, a lo que su amigo se negó rotundamente por lo que Levi le dió una breve explicación de que Elise no se sentía muy bien y le pidió que la dejara en su casa.
Tal vez por la expresión en su rostro, el azabache se dió cuenta de que algo no iba bien. Se conocían casi desde el vientre de sus madres, siempre estuvieron juntos y si alguno de los dos mostraba un comportamiento diferente, algo no iba bien.

Yannick le preguntó enseguida cómo se sentía, si era muy grave o si había surgido un problema; Levi no quiso ser explícito, le dijo que él estaba bien y ya después le contaría que pasaba, que por ahora solamente quería ver que su chica estuviese bien. Su amigo asintió dejándole las llaves del auto en sus manos mientras le decía que tuviera cuidado con los cambios.

*

El camino de regreso fue solamente silencio, uno muy tenso que por mucho que Levi quisiera decir algo para relajar el ambiente no lo hizo. Sabía que Elise no estaba con ánimos de hablar, quien solamente miraba por la ventana sin dirigirle una palabra, ni siquiera quiso preguntarle sobre lo que vió debajo de su falda.

No era el momento.
No ahora.

Por muy confundido que estaba, tenía la sensación de protegerla, de consolarla y ser su hombro de lágrimas. Lo único que quería era que se desahogara y odiaba verla así. Deshecha.

Apretó el volante hasta que sus nudillos se pintaron de blanco, seguía furioso, furioso de que tocaran a su Luna, furioso de que la hicieran llorar y furioso por no poder hacer nada. Por desgracia, aquellos pervertidos eran humanos y por desgracia, no estaban en su territorio porque si así hubiese sido los habría castigado de la peor forma que ningún lobo soportaría.
Ellos estarían muertos. 

Se suponía que como su mate, era su deber estar al tanto de ella y falló. Se sentía culpable de no haber estado ahí cuando más lo necesitaba, llegando justamente después del horror que tuvo que pasar. Incluso aún podía oler el aroma de todos aquellos chicos en su cuerpo, un olor bastante nauseabundo que lo ponía de mal humor. Si pudiera marcarla, su aroma se transmitiría a ella, de esa manera nadie se podría acercar y todo el mundo sabría que Elise era suya y de nadie más.

Se detuvo frente a esa casa bonita, se bajó del Camaro para abrirle la puerta, quiso cargar su mochila pero Elise se negó. Caminó detrás de ella, manteniendo su distancia a pesar de que momentos atrás la había abrazado. No quería incomodarla, por mucho que deseaba acercarse.

El silencio seguía en el aire, no sabía que decir o hacer, hasta que aquella hermosa chica alta decidió hablar. Rompiendo la tensión que se había formado durante todo el camino.

Allí estaba, de pie en el segundo escalón de espaldas con la mochila negra cubriendo sus largas piernas.

- Apuesto a que quieres saber qué soy -murmuró con un ligero temblor en su voz.

Sintió una punzada en su pecho. Dolía. Quería abrazarla y decirle que todo estaría bien, que siempre estaría a su lado y nunca la dejaría sola.

- ¿De qué hablas? -preguntó incrédulo. Sabía a lo que Elise se refería pero no preguntó porque ya tenía suficiente con lo que sucedió en el baño.

- No finjas. Sé que me viste, que lo viste -finalmente volteó a mirarlo. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y la piel rojiza de tanto tallar.

El maquillaje que siempre usaba desapareció pero aún quedaban manchas oscuras y brillantes esparcidas en sus mejillas. A pesar del maquillaje corrido, seguía viéndose tan hermosa, tan perfecta.

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