4. Un trabajo y plan fallido.

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Jazmín.

¿Cuál era la mejor manera de comenzar tu primer día de trabajo?

Sí, efectivamente, levantándote tarde.

Mi mañana debía empezar a las seis, para tener el suficiente tiempo para tomar cartas en el asunto conocido como mi apariencia, pero en cambio desperté a las siete.

Entré a la habitación de María, la imagen de ella acostada a un lado de Francesco y él sosteniendo su mano sobre su pecho me pareció adorable, y en otra ocasión hubiese salido solo para que siguieran así, pero necesitaba de la ayuda de alguien que supiera que ponerme para estar presentable.

De preguntarle a Isaac me diría que no le importaba y que si iba en pijama o en vestido le daba igual.

Con sigilo caminé hasta el borde del colchón, moviendo el cuerpo de mi amiga para que se despertara, la moví de nuevo y así seguí hasta que por fin abrió un ojo, mirándome con confusión.

—Necesito tu ayuda —susurré.

María parpadeó para espabilarse, y agarró con ambas manos el brazo de Francesco para salir de su agarre, por suerte no se despertó y junto a ella salí de ahí hacia el pasillo.

—Voy tarde para la empresa y no tengo idea de qué ponerme —expliqué en voz baja.

María bostezó, y esperé cualquier queja sobre mi interrupción en su rutina de descanso para no tener arrugas o por haberla despertado, pero no llegaron.

Solo asintió, dándome un empujón hacia el baño.

—Yo prepararé el desayuno y te ayudaré a vestirte —anunció, caminando descalza por el espacio hasta dar con la sala de estar y tras eso con la cocina.

Al salir de la ducha encontré un conjunto sobre el colchón, una especie de traje color verde, que consistía en una pantalón y un saco, y debajo de este un top blanco, junto con unos tacones del mismo color.

El atuendo se amoldó a mis curvas, dejando descubierto solo una parte pequeña de mi abdomen.

María volvió al cuarto para ahora recoger la mitad de mi cabello, dejando el resto suelto.

El maquillaje consistió en un delineado marrón casi visible, mascara de pestañas y el resto base y rubor.

—Estás divina —aseguró, mirándome de arriba abajo.

Estaba en lo cierto, lucía profesional y juvenil.

María fue al comedor, sentándose sobre una silla en la cabeza de la mesa.

Estuvimos a la mitad del desayuno cuando un Francesco somnoliento sin camisa salió, yendo directo a María para darle un beso sobre su cabello.

Tomó asiento enfrente de mi, al lado izquierdo de mi amiga.

—Buenos días —musitó viéndome, para luego fijar sus ojos sobre María—. Hola, amor —dijo con voz ronca, revolviendo su cabello rubio y largo con su mano derecha.

—Agradecería un poco de paz y cero miel a estas horas, por favor —espetó Isaac, saliendo de su habitación para dejarse caer a mi lado.

—Jazmín, ¿necesitas que te lleve? —inquirió Francesco, tomando de su taza—.  Me queda de camino al hospital.

Me fijé en sus nuevos tatuajes, repartidos por sus brazos y pecho.

—No será necesario, Javier vendrá por mi, de todas maneras gracias, Francesco —susurré, comiendo con prisa.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora