31. Realidad

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Advertencia: Este capítulo tratará un tema delicado como lo son las sustancias químicas dañinas y su consumo no consentido, que podría ser más sensibles para algunos. Por favor, discreción.
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Dante.

Cuando recibí la llamada de Jazmín estaba en la parte más importante de la reunión. Recuerdo vagamente que me decían algo referente a uno de mis libros y una posible adaptación en la pantalla grande. En otro momento esa habría sido una noticia de la cual me sentiría orgulloso, de la que podría tomarme unos minutos para procesar y disfrutar. Pero no ahora.

Tranqué la llamada con el corazón acelerado y mi garganta cerrándose. Mi visión se nubló y mis manos temblorosas tomaron las llaves del auto. Lo próximo que supe fue que estaba saliendo de casa y subiéndome al auto lo más rápido que mi cuerpo inestable me permitió.

Jazmín. Ella no estaba bien. Algo había pasado, y maldije no saber qué. Conduje excediéndome de velocidad, sinceramente me dio igual, pagaría una multa, lo que fuera. Tenía que darme prisa, tenía que llegar, tenía que...

Mi respiración se atascó y mi pecho se sintió aplastado. Si a ella le pasaba algo... Yo...

No. No sucedería. Era Jazmín, la valiente y capaz Jazmín. Ella iba a estar bien. Iba a estar bien. Nada malo pasaría.

Golpeé el volante en medio de la histeria e incertidumbre. Tenía que repetir que ella estaría bien las veces posibles, de no hacerlo mi corazón se paralizaría y mis extremidades le seguirán. No podía permitírmelo, debía seguir teniendo la cabeza en frío y así poder llegar a donde ella estaba.

Me estacioné fuera del bar. En la entrada un vigilante me dio una breve mirada y luego continuó viendo hacia otro punto. Entré y la música hizo eco tras mis orejas. Mis sienes se sintieron punzadas y mi cuerpo entumecido. Me deslicé entre la multitud frente al escenario y barrí el espacio en busca de alguien. La conseguí y agarré su brazo.

—¿Dónde está Jazmín? —alcancé a decir. Me dolió la garganta, mis amígdalas siendo envueltas por una irritación.

Maze. Creía que era su nombre. No estaba seguro. Sabía que trabaja con ella y era la que la invitó a salir esta noche.

—Ella... —Frunció el ceño—. No lo sé —susurró, adoptando una expresión preocupada—. Estaba aquí y después fue a bailar, debe estar por ahí…

Mis dedos soltaron su piel, y me alejé sin escuchar lo que decía. No me interesaba. Ellas estaban juntas, y ni siquiera había notado su ausencia. No la llamó, ni envió un mensaje, ni nada. Solo continuó su fiesta.

Recorrí el bar en su búsqueda. Mis oídos zumbaban y sentía el corazón en la boca. Necesitaba encontrarla. Cuando los espacios a simple vista no la mostraron abrí la puerta del baño de un tirón. Entonces la vi.

Jazmín estaba acostada en la esquina del lavabo más cercano de la puerta. Sus ojos cerrados y su celular a metros de su mano derecha. Su cabello desordenado y su piel pálida. Se veía...

Me arrodillé a su lado, tomando su cara entre mis manos y verifiqué su pulso, latía más lento de normal.

—Jaz... —Mi voz se quebró y tomé su mano entre las mías—. Voy a sacarte de aquí. Vas a estar bien.

Intenté levantarla pero mis piernas flaquearon. Esto era demasiado. Ella... Dios, ¿alguien le había hecho algo?
¿La habían...? Sacudí la cabeza, y reuní mis fuerzas para alzarla. La saqué del baño y fui al auto, de fondo se escucharon los gritos de Maze.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora