28. Estrellas

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Dante.

«Prometida». ¿Había escuchado bien? Porque, esa era la única explicación razonable para mi cerebro. No creía posible que Estella fuera la mujer que se iba a casar con Dorian. No era partidario de hablar mal sobre alguien, pero Estella no era el tipo de persona con la que quisieras casarte, a menos que te gustaran las personas crueles y superficiales. Conocía a mi hermano y él no era uno de ellos. Si es cierto que no recordaba haberlo escuchado sobre entablar una relación seria, ni algo remotamente parecido, no obstante él no se rodeaba de personas que tenían como objetivo destruir a alguien más o hacerlo sentir menos.

Por ende, imaginarme a ellos juntos me pareció incorrecto, aunque si lo pensaba más a detalle, la noche en donde salieron para conocerse, Dorian me comentó que ella era una persona superficial, descripción que encajaba con Estella.

Nos conocimos durante el primer año de universidad, en clase de matemática. En ese entonces no me caracterizaba por estar en la pirámide de popularidad entre los estudiantes, así que solo era amigo de Francesco y Cristina, quienes no compartían carrera conmigo. De modo que, estaba relativamente solo, ella fue la primera en sentarse a mi lado y conversar conmigo, no pasaron dos minutos y me pude dar cuenta de que solo hablaba de sí misma y no le importaba nadie más que ella, lo que en ese momento no vi como problema, hasta que tras unas semanas noté su comportamiento egoísta y sumamente ególatra. Por ende, la amistad, si es que se lo podía llamar así, no pasó de encuentros en el salón y saludos en la lejanía.

Años más tardes apareció en mi departamento en Roma. Se plantó en mi puerta y me dio un abrazo como si el tiempo viniera sido remoto para ella. La dejé pasar y charlamos sobre lo que había sido de nosotros, en realidad de lo que había sido de ella. Dos días después volvió a aparecer y me invitó a una fiesta, me negué a ir, pero fue insistente hasta el punto de convencerme. Estuvimos en ella y entonces me besó, durante unos segundos me quedé paralizado y luego me separé. Intenté ser claro al respecto, decirle que no correspondía lo que sentía. Lo tomó bien, diciendo que estaba bien, pero ahora que apareció aquí y me quiso acorralar en mi oficina dudaba que aquello fuera cierto.

—¡Joder! Voy tardísimo al trabajo —exclamó Jazmín, mirando el reloj.

Elevó la barbilla, mirándome con una expresión extraña.

—¿Necesitas que te lleve? —inquirí.

Aunque quisiera no podría hacerlo y maldije por haber bebido tanto. ¿En qué cabeza cabía que acabarse dos botellas de tequila era lo ideal para alguien que no estaba acostumbrado a ingerir alcohol? Francesco era el culpable, sí, en definitiva, si no fuera tan persuasivo no lo habría acompañado a celebrar que María lo había perdonado.

El dolor punzante en mi cabeza parecía agudizarse y agudizarse sin darme una oportunidad para tomarme un descanso de él. Se clavó más profundo y estuve a nada de gemir por la suave agonía. Y no solo se trataba de mi cabeza, también me dolía el cuerpo entero y tenía la vaga sensación de haber sido lanzado por un barranco.

—No es necesario, D'angelo. Debes pasar tu resaca, además creo que tienes bastante con lo que lidiar —dijo, dándome una sonrisa tranquila.

Amaba verla sonreír.

—Te acompañaré a esperar —murmuré—. Ya vuelvo, hay mucho de que hablar —musité hacia Dorian y Estella.

Salí de la casa al lado de Jazmín, ella abrió la puerta y la seguí. El sol nos bañó con su luz, y fruncí el ceño, detestando la molesta claridad. Ella se detuvo al bajar los escalones que estaban a dos pasos de la entrada, fijándose en el jardín que apenas estaba comenzando a florecer.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora