13: Ceder y perder.

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Dante.

Existían instantes que cambiaban tu vida para siempre.

En mi caso uno de ellos fue cuando vi a Chiara por primera vez, esos redondos y tiernos ojos tan similares a los míos y aunque me dolía haberlos dejado de ver tan pronto los continuaba recordando.

El dolor nunca se iba por completo tras la pérdida de una persona que amabas, podía disminuir, clavarse tan profundo que pasaba a ser una parte en ti con la que aprendías a seguir, pero jamás se iba.

Chiara era mi hermana, tan pequeña y con la sonrisa más hermosa que existía.

Aprendí a seguir con esa pérdida, con la constante y pesada agonía de levantarme cada mañana y saber que no la veré de nuevo o que al verla por última vez no admire más a detalle sus rizos oscuros.

El daño fue irreparable después de su partida.

No solo perdimos a Chiara, una parte de cada uno de nosotros se marchitó junto a ella.

Papá se obsesionó con el trabajo, evitando volver al caos que era nuestro hogar.

Mamá se deprimió y culpó a un inocente de lo que pasó.

Dorian le creyó, creyó que era su culpa y decidió que no merecía nada bueno. Se condenó por algo que no hizo.

Y yo me quedé en medio, varado en la nada, sin tener rumbo claro.

No tuve escapatoria.
No tuve a quien culpar.
No tuve por qué condenarme.

Solo lloré, lloré hasta que sospeché que mis lágrimas se habían acabado.

Grité al cielo, sin saber si alguien me escuchaba, aun así, lo hice. Con todas mis fuerzas pregunté; ¿por qué ella?

¿Por qué las personas buenas tenían que partir?

Fue injusto, ella no merecía su destino, merecía más. Merecía crecer, reír, enamorarse, vivir. No pudo, no pudo porque no se le permitió.

El destino era indescifrable, incomprensible e inevitable.

Indescifrable porque ni siquiera la persona más sabia podía imaginar lo que deparaba.

Incomprensible, porque si bien te obligabas a buscar razones para entenderlo era imposible hacerlo.

E inevitable, puesto que pretender hacer una acción con el fin de evitarlo era inútil.

No importaba cuanto lloraras o patalearas, nada traería a esa persona de vuelta.

Tus gritos no eran más que uno de los millones alrededor del mundo, aclamando una devolución de eso que considerabas valioso.

Algunos podían alegar que la vida se basaba en situaciones o personas marcantes, pero no, se equivocaban.

Se trataba de instantes.

Los instantes eran los que agregaban un antes y un después.

Lo supe.

Antes de Jazmín creía conocer lo que era el amor.

Y después de ella descubrí que no tenía razón.

¿Por qué el amor debía doler?

No sé suponía que debiera, pero lo hacía. Lamentablemente asociábamos ese sentimiento con felicidad, cuando era también tristeza.

Te aceleraba el corazón tan rápido como podía rompértelo.

Si bien estar enamorado era un sentido de gloria, venía de la mano con la desgracia.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora