12: Finjamos... solo por esta noche.

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Jazmín.

Él se disculpó.

Me buscó para aclarar todo, para decirme que en algún momento me perdonaría.

Lo esperaría.

Dante me había esperado hasta que estuve lista, haría lo mismo por él.

Él valía toda la jodida pena en el mundo.

Habíamos compartido intimidad antes, pero sin dudarlo ninguna se comparaba a cuando lo vi llorar, abrirse lo suficiente para demostrarme lo lastimado que seguía.

Al verlo mi corazón se arrugó.

Aun cuando intentabas hacer lo mejor para alguien a quien amabas, nada garantizaba que salieran ilesos.

Suspiré, moviendo el bolígrafo entre mis dedos.

Por más que quería no lograba dejar de pensar en él.

Después de nuestro momento en el baño mi piel pareció calentarse.

Bueno.... la que se calentó fui yo.

Querer negarlo parecía estúpido. Dante me incendiaba, su toque, el anhelo de probar de nuevo su sabor. Probarlo a él.

Aún sentía sus manos agarrando las mías y estampándome suavemente contra la pared suave, o cómo fue sentir su excitación a través de su pantalón rato después.

Tragué duro. ¿Qué habría pasado si Francesco no nos hubiese interrumpido?

¿Qué habríamos hecho?

Probablemente habríamos saciados las ganas que nos teníamos, dejando a un lado la razón o lógica, dejándonos llevar por el deseo y no por el cerebro.

Apreté las piernas, moviéndome incómoda en mi silla.

—Jazmín, ¿estás bien? —inquirió Raphael desde el otro lado del escritorio de su oficina.

Levanté la mirada de la lista de los pendientes que debía tachar.

—Emm, sí.

Mi jefe asintió, sin prestar demasiada atención.

—Eso es todo, entonces —dijo Raphael, arremangando su camisa larga de botones.

Con sus palabras mi pulso no hizo más que dispararse, debía ir a la editorial que estábamos arreglando para Alessandro y Dante, por lo que sí o sí terminaría encontrándome con el hombre de ojos verdes que me robaba el aliento.

Tenía que obligarme a mí misma a actuar natural delante de él, no demostrar lo que quería dejar de pensar tanto y pasar los brazos por su cuello, atrayéndolo.

Pero por más que tenía ganas, no lo haría. Quizás su cuerpo reaccionaba, pero Dante no parecía estar preparado para dejarme si quiera una abertura para entrar de nuevo, y lo comprendía, lo hacía, sobre todo lo respetaba.

Una vez en el mostrador de la editorial saludé al personal que poco a poco había ido conociendo.

Subí por las escaleras, deteniéndome en el piso de la oficina de Dante.

De pie, frente a la puerta toqué la madera con los nudillos, escuchando un suave murmuro que me indicó que podía pasar.

—Hola, Dante —susurré, entrando.

Dante elevó la cabeza, la cual estaba inmersa en unos papeles sobre la mesa.

Él pareció congelarse en la silla, parpadeando en mi dirección. Su mirada recorrió mi cuerpo, sonrojándose en cuanto lo noté.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora