Extra #4.

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María.

María se alisó la falda de su largo vestido del color del cielo oscuro, y retocó su labial vino tinto para asegurarse de que todo se encontrara en orden.

Francesco la rodeó con un brazo, dejando un beso húmedo en su cuello antes de hacerla girar y darle uno en la boca. Sin importarle en correr la pintura de labios.

—Estás preciosa —murmuró él—. Quiero arrancarte este vestido y follarte sobre el escritorio.

Ella esbozó una sonrisa, dándose completamente la vuelta y abrazándolo.

Últimamente no habían podido hacer el amor tan seguido como antes, porque su hijo no parecía estar bien con la idea de dormir más de tres horas seguidas y ambos apenas podían mantenerse despierto luego de llegar al trabajo.

María y Francesco amaban a su hijo con una intensidad tan grande, que incluso el cansancio era irrelevante para ellos, igual que los pañales sucios y los buches constantes.

Knox Atlas Arnaldi Oliveira, era su nombre.

María y Francesco habían discutido sobre cuál ponerle, porque al parecer tenían conceptos muy diferentes de nombres bonitos. Ella casi dejó de respirar cuando él dijo que debía llamarlo como algún dios de la mitología griega.

—Podríamos llamarlo Poseidón —Él lo decía en serio.

—No voy a llamar a mi hijo Poseidón, Francesco.

—Amor, será un hombre único para un hijo único —Ni siquiera esa sonrisita traviesa y encantadora le hizo cambiar de opinión.

—Yo me encargaré de ponerle el primer nombre y tú el segundo, es justo ya que primero va tu apellido que el mío. Y, por nada del mundo, y lo digo en serio, Francesco, puede ser Poseidón.

—¿Segundo nombre? ¿Con uno no es necesario?

—No sé cómo lo hacen en Italia, pero en Latinoamérica ponemos un segundo o incluso un tercero —explicó—. Confía en mí, quedará bien.

Él resopló, hundiéndose en el sofá, casi como si hubiese recibido la peor noticia de su vida. Pero él la conocía bien, así que supo que una discusión con ella era innecesaria porque de todas maneras ella saldría ganando.

Sí ganó, los dos lo hicieron. Francesco había querido un nombre griego, así que puso sobre la mesa "Atlas". A María le fascinó, sonaba bien con el resto.  Sobre todo con Knox, le parecía uno tan refinado y singular que supo que como su hijo, debía tener uno así.

—¿Ya se durmió? —le preguntó ella.

—Sí, nuestro hijo está descansando en su habitación —murmuró, su aliento golpeando su mandíbula.

No podían llevarlo a los premios, así que habían tenido que dejarlo con los padres de María, quienes estaban en la sala de la suite del hotel. Por otro lado, sus amigos estaban en Madrid, viéndola en vivo. Los hubiese querido llevar, pero solo le permitían un acompañante, y decidió ir con Francesco.

María había pasado por un tiempo en donde no creyó que tuviera talento ni lo necesario para triunfar en la actuación. Se equivocó. Porque ahí estaba ella, recibiendo su primera nominación a un Emmy, por la actuación en su última serie.

Todavía no podía creerlo, le costaba hacerlo porque lo había visto tan imposible de cumplirse, que incluso pensó que nunca estaría ahí.

Había creído en algún punto que quizás sus sueños eran demasiado enormes y ella demasiado pequeña, y ahora los estaba cumpliendo.

Esa noche fueron a la importante celebración, y se situaron en la mesa que les correspondía. Se encontró a algunos amigos con los que había trabajado antes y los saludó a todos, disfrutando de la velada. Francesco de vez en cuando se sumaba, y ese amor que sentía por él vibraba cada que lo tenía al lado.

El silencio fue tenso mientras nombraban la categoría de "Mejor actriz de reparto en serie dramática". Francesco agarró su mano y depositó un beso en sus nudillos, dándole una mirada cálida.

—Tú tienes esto —susurró.

María lo dudó. Habían actrices que estaban ahí, unas que ella había admirado de pequeña, y pensar que entre todas estaba ella, apenas comenzando era...

—María Oliveira —dijo que la presentadora.

No puede ser.

María había ganado el Emmy.

Sus manos temblaron y sus piernas igual, su corazón se aceleró y unas lágrimas empezaron a llenar sus ojos. Después se subió al escenario luego de un casto beso a Francesco. Él la miró como si fuera un tesoro.

Cuando recibió el premio y se posicionó frente al micrófono, y miró a los miles de invitados, por poco rompió a llorar.

—Yo... La verdad no sé qué decir —balbuceó, y el público emitió una risa comprensiva. Después de todo ellos habían estado en su lugar en algún momento.

María se obligó a tomar una inhalación y calmar su euforia.

—En este mismo instante la pequeña María que actuaba frente a su espejo está impresionada de haber llegado hasta aquí. Claro que lo soñé, pero con tantos tropiezos fue difícil mantenerlo presente, hasta hoy. Y quiero decirle a esa niña con sueños que parecían imposibles, que sí se cumplen, que esta noche se están cumpliendo —suspiró, tragándose el nudo—. Gracias a mis amigos, por acompañarme y recordarme lo que valía. Pero sobre todo quiero darles las gracias a mi esposo. Por creer siempre en mi, incluso cuando ni yo misma me vi capaz de hacerlo.

Entre la multitud vislumbró el rostro de Francesco y pudo haber jurado que sus ojos estaban húmedos. El amor de su vida.

Ella agradeció a los presentes y se bajó del escenario, teniendo en sus manos uno de los tantos resultados de su esfuerzo. Solo entonces se permitió sonreír como nunca.

Ella lo hizo.

Lo logró.

Porque después de todo, ningún sueño era demasiado grande para ser cumplido.

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Nota de autora:

Extra cortito, pero importante porque necesitaba mostrarles qué había pasado con nuestra linda actriz.

Sigan deslizando, porque hay otro extra y creo que les va a encantar por muchas cosas *guiño*

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora