52. Giros.

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Jazmín. 

La cara de mi mamá al verme en persona fue todo para mí. Sus ojos se llenaron de lágrimas y los míos igual, me lancé a sus brazos sintiendo como cada parte volvía a su justo lugar; cómo mi pecho parecía que iba a estallar y como mientras seguía llorando no podía parar de sonreír y sonreír. Me agarró mi rostro y me repartió tantos besos como pudo, y luego vino hacia mí Jorge, quedándose sin expresión al inicio, para acercarse corriendo y enterrar su cara en mi pecho. Joder, estaba altísimo. Y Javier, mi querido hermano mayor, esbozó la sonrisa más real que alguna vez había visto en él y me abrazó tan fuerte que apenas podía respirar.

Estuvimos unas horas en la cocina, viendo a mamá hacer el desayuno y ayudándola entre los tres. Al terminar nos sentamos en el comedor y tener una comida con mi familia restauró cualquier cosa que pudo haberse dañado ligeramente en los meses que había estado en Alemania; la soledad que a veces se sentía, lo mucho que los extrañaba: ya no estaban, solo estaba mi amor por ellos y la felicidad de estar aquí.

Me despedí de ellos, diciéndoles que debía ir a ver a Dante, y que no podía seguir aguantando las ganas de tenerlo cerca. De modo que salí de la casa, y sentí una corriente eléctrica correr por mis extremidades al ver la alta figura de espaldas hacia mi, en la acera frente a la entrada. El corazón me latió alocado, y como si él también pudiera sentir mi presencia, se giró.

Podría haberme desmayado de la emoción, incluso pude haber sollozando. No lo sé con exactitud. Estaba demasiado ocupada en admirar lo hermoso que era. Su cabello más corto a los costados y algunos mechones cayendo en su frente, esos ojos verdes fijos en mí.

Se me atacó el aire y entonces Dante elevó la esquina derecha de sus labios, destruyendo cualquier rastro de coherencia en mis pensamientos y acciones.

Quería correr, pero mis piernas estaban estáticas, quería besarlo, Dios, qué no quería con él.

—Hola, Jaz. Estás hermosa —anunció mirándome de arriba abajo, con la voz casi temblorosa.

—Hola, mi irresistible escritor —Mi voz salió rasposa y poca.

Por fin encontré mi fuerza, y la usé para correr hacia él al mismo tiempo que Dante venía hacia mi. Nos encontramos en una abrazo descuidado, pero lleno de sentimientos. Esta vez sí fui consciente de sentir mis lágrimas corriendo, y sintiendo su cuerpo duro y alto cubriendo el mío fue la mejor sensación del mundo.

Él echó la cabeza hacia atrás, me observó con los ojos cristalizados y una sonrisa.

—Ahora te voy a besar.

Pasé mis brazos por sus hombros, poniéndome de puntillas.

—Más te vale.

Dante dejó sus ojos sobre los míos, inclinó su cabeza y se acercó hasta que pude embriagarme de su aroma. Entreabrí los labios mientras cerraba los ojos.

Hubo un segundo, un segundo en el que sus labios se pusieron encima de los míos, y con eso me bastó para saber que Dante era mi hogar.

Mi hogar era Dante D'angelo.
Mi escritor y persona favorita.

Nuestro beso sabía salado por las lágrimas que no podía dejar que siguieran rodando. Y pude decir con certeza, que ese fue el más especial que había tenido en toda mi vida.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora