24. Valentía

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Dante.

Las ráfagas de aire entumecieron mis dedos y maldije.

Habían pasado pocos días desde que el hermano de Jazmín había salido del coma. Ella se mantuvo ocupada con su cuidado y su trabajo. Cada tarde la pasábamos juntos, debido a que era la encargada de arreglar la terraza de la editorial.

Ciertamente seguíamos en el mismo punto. Íbamos bien, aunque no se veía algún avance. A veces tenía la impresión de que ella quería que habláramos sobre nosotros, no coqueteos o insinuaciones, sino una conversación más significativa.

Hablar del futuro, si es que teníamos uno juntos, o del presente quizás, de qué sentíamos de verdad. ¿Nos amábamos? Yo lo hacía, la amaba, aunque no se lo hubiera dicho de nuevo aún.

Expresar mis sentimientos nunca había sido un problema, pero ahora parecía ser uno de ellos. Jazmín y yo no éramos los mismos de antes, no estábamos ni cerca de serlo. Uno de esos aspectos era que su miedo a dar su corazón se había disipado mientras que el mío sólo apareció.

Sé que sonaba confuso; saber que puedes amar a alguien y demostrárselo, y aún así tener un miedo estúpido e irracional a decirlo en voz alta.

Incluso entenderme a mi mismo era dificultoso. Quería dejar de analizar tanto y empezar a sentir, pero a la vez no era algo que pudiera controlar.

Ojalá nuestro cerebro tuviera un interruptor que pudiéramos presionar cuando los pensamientos agobiaban.

La puerta de la habitación en donde me estaba quedando fue tocada suavemente. Hoy era el día de la fiesta de compromiso de Francesco y María, por lo que estábamos en habitaciones separadas preparándonos para la celebración.

Los prometidos habían optado por llevar a cabo la fiesta en una cabaña lujosa en las afueras de la ciudad. Apenas llegamos nos asignaron una habitación en donde podríamos alojarnos y arreglarnos. La cabaña era parte de la familia de Francesco por años, y cuando empezamos la universidad solíamos venir con frecuencia. Era tranquilo, y desde mi punto de vista el mejor lugar era el lago frente a ella.
 
—Adelante —espeté distraído.

Llevaba alrededor de veinte minutos intentado que la corbata quedara bien. No era la primera vez que usaba una y seguía quedando el nudo mal hecho.

Lo que se desató delante de mis ojos me dejó sin aliento. Jazmín entró a la habitación, llevando un vestido verde agua puesto. En el área del pecho llevaba unas plumas delicadas y en el torso los puntos brillantes sobre la tela destellaban. Su cabello suelto me producía ganas de acercarme y pasar mis dedos por el mientras la besaba, y su piel morena me hacía fantasear con su sabor.

—Hola —alcancé a decir.

Jazmín esbozó una sonrisa que me pudo haber puesto de rodillas frente a ella si así lo quisiera.

—¿Necesitas ayuda? —inquirió, haciendo énfasis en mi intento de corbata.

Asentí, incapaz de despegar mis ojos de los suyos.

En definitiva Jazmín me tenía hechizado.

Jazmín avanzó a pasos dubitativos y lentos, deteniéndose solo a unos centímetros de distancia. Contuve la respiración al sentir sus pequeñas manos aproximándose a mi piel arriba del borde de mi camisa. Fue apenas un toque perceptible, luego recorrió el camino hasta dar con la corbata.

Admiré cómo sus labios se aplanaban en una evidencia de concentración. Cómo sus ojos de cerca no eran tan oscuros como de lejos, sino más bien un marrón oscuro con destellos un tono más claro. O cómo su pecho subía y bajaba en respiraciones pausadas.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora