5: Diferencia entre recordar y extrañar.

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Dante.

Ciertamente no solía tenerle miedo a las alturas a la hora de tomar un vuelo, el pavor era el sabor amargo de volver a subir a un avión.

La última vez que lo había hecho mi sistema estaba lleno de resignación y una aceptación que pareció necesaria.

Extrañar, tal vez era el peor destino. Porque en ocasiones, por más que quisieras evitarlo, los recuerdos volvían como un huracán que arrasaba todo. Dejando consigo solo un desierto en donde la arena parecía querer tragarte para hundirte en lo que fue o no fue del ayer.

Junto a mí, Dorian me dedicó una mirada seca.

Sus opciones eran claras: O venía conmigo, o se olvidaba de tener mi dinero en su bolsillo.

Antes de darle el ultimátum sabía que Dorian era un aficionado al dinero, un ambicioso empedernido, lo cual podía resultar confuso, puesto que él no hacía nada por generarlo por sí mismo. De modo que era conocedor de la decisión que tomaría.

—Estos asientos son incómodos —se quejó Dorian, removiendose.

Aún no habíamos despegado, estábamos en los minutos previos.

Personas caminaban por los estrechos pasillos con los pequeños equipajes en mano, el bullicio suave de las voces mezcladas envolvía nuestro alrededor.

El aire ligeramente gélido me forzó a cruzar mis brazos cubiertos por una camisa de cuadros color naranja y negro.

—¿No podíamos ir en primera clase? —replicó, al notar que lo último que quería era hablar con él.

Solté una risa amarga, carente de gracia alguna.

—No voy a gastar mi dinero en dos boletos de primera clase solo para que tú estés cómodo —aclaré, sacando el libro que me encontraba leyendo.

Ni siquiera gastaba dinero cuando viajaba solo, y él pretendía que lo hiciera por él.

—Debes dejar de ser tan tacaño, Dante —dijo con seriedad, poniéndose el cinturón, tal y como lo decían las azafatas—. A nadie le agrada la gente tacaña.

—A nadie le agrada quienes meten la nariz en asuntos ajenos —refuté, recostandome del respaldar acolchado.

—No me importa —aseveró, dándole a la pantalla para ponerse a ver lo que parecía ser una película.

—¡No me van a creer a quien acabo de ver! —exclamó alguien, arruinando mis minutos de paz.

Pestañeé en dirección de Alessia.

Su ida era algo repentino. No era una empleada necesaria en ese viaje, pero no supe cómo convenció a nuestro jefe de que debíamos contar con su presencia.

—¿Y tú eres...? —inquirió Dorian, frunciendo el ceño. Sacándose los audífonos.

Alessia lo ignoró por completo, sentándose en el asiento contiguo al mío. Quedé en medio de ambos.

—De postre dan lo que pidas, ¿puedes creerlo? —preguntó Alessia, animada—. Es la primera vez que viajo fuera del país, es tan emocionante —expresó—. Aprendí unas palabras en español.

Levanté mis ojos hacia ella.

—¿En serio? ¿Cuáles? —espeté, intrigado.

—Buenas noches —dijo con orgullo.

Sonreí.

Dudaba que sabiendo solo esas dos palabras pudiera hacer gran cosa, pero se veía su esfuerzo, y después de todo era lo que importaba en realidad.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora