42. Mi suerte.

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La Basílica de San Marcos venía siendo el edificio más importante de Venecia. Se trataba una pieza arquitectónica sublime que había resistido al paso del tiempo desde su creación el siglo IX (nueve) y al día de hoy seguía siendo uno de los edificios religiosos más importantes del norte de Italia.  Y el arquitecto se había llamado Domenico I Contarini.

Se preguntarán: ¿Cómo es que sabes esto, Jazmín? Pues, fue uno de las tantas estructuras que vimos en las clases de la universidad, además la primera maqueta que había hecho era sobre este edificio, y todavía recordaba muchas cosas sobre el enorme museo que se elevaba a unos metros de distancia de donde Dante y yo estábamos.

Su fachada era parecida a la de un parecida al palacio de la película de Aladdin, con torres que poseían la misma forma de una gota; ovalada abajo y puntiaguda en la superficie. En esta se abrían cinco pórticos, estaba decorada con espléndidos mármoles y mosaicos y dividida en dos secciones por una terraza en la que se apoyan los Quattro Cavalli de cobre dorado enviado desde Constantinopla al Duque Enrico Dandolo en mil doscientos cuatro. Cabía aclarar que esos caballos eran copias, pues los originales estaban en el interior.

—Joder. Mil veces joder —mascullé.

Si bien la arquitectura no había sido mi pasión cuando era una niña, si lo era en el presente. Me sentía como un niño en una juguetería, o también como un cantante en el escenario. Es decir, realmente extasiada.

Volteé a mirar al hombre de ojos verdes y cabello oscuro a mi izquierda. En su rostro tenía estampada esa expresión que gritaba clarito un: Sabía que te iba a gustar, por eso lo escogí. Me puse de puntillas dejé un beso en su mejilla, agradeciéndole en silencio.

Dentro del edificio el pecho se me hinchó de la emoción. Todo era impresionante. Lo decía en serio. IMPRESIONANTE. Desde sus detalles ornamentales, las esculturas y obras de arte de la fachada hasta los frescos bellamente pintados y las bizantinas en el interior del techo abovedado. Mi atención se vio atraída por ese aspecto en específico, su techo.

Mi maqueta en ese entonces me había parecido muy cercana a lo que era la basílica, pero estando en persona dentro de ella, entendí que no era nada comparado con esto.

Seguí atenta, y vi que el interior tenía una secuencia unitaria subdividida en orquestaciones espaciales individuales cuya continuidad era asegurada por los mosaicos dorados del fondo. Por otro lado, la planta era en forma de cruz griega.

Los mosaicos eran los predominantes en la decoración.

—En mi primer año de universidad hice una maqueta sobre este edificio —le comenté a Dante, quien a pesar de verse entusiasmado no estaba como yo y supuse que esto para él no era nada nuevo.

—Qué coincidencia ¿Y qué te parece? —Señaló con el mentón las paredes.

—Estoy sin aliento —confesé, esbozando una sonrisa. Aunque sospechaba cual sería la respuesta, de todos modo le pregunté—. ¿Ya habías venido?

—Sí, tenía siete años, creo —respondió dudoso.

—¿Y te gustó?

—No, pero ahora sí me gusta.

—¿Que cambió?

—La compañía —se sinceró, echándome un vistazo.

Ok, Jazmín. Puedes controlarte y no lanzarte ahora mismo a sus brazos y besarlo hasta que no puedan más.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora