8: En vez de uno, dos.

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Jazmín.

El sabor ácido nunca abandonó mi boca.

Ni cuando salí del trabajo después de volver a Madrid.

Ni al llegar a casa con la maleta en mano.

Di los pasos necesarios hasta llegar a la habitación de Isaac, solo para encontrarla vacía. María seguro estaba cenando con Francesco.

—¡Isaac! —grité para comprobar que estuviera en alguna parte del departamento.

—¿Qué quieres? —vociferó, el sonido proveniente del baño.

Fui hasta allá y sin esperar a que dijera algo más abrí la puerta. Las cortinas de la ducha evitaban que viera a Isaac, pero estaba ahí, y necesitaba hablar urgentemente con él.

—¿Sabes que sucedió? —inquirí, caminando nerviosa por el pequeño espacio.

Isaac sacó la cabeza por la abertura final de la cortina, observandome dubitativo.

—Jazmín, no sé si te has dado cuenta, pero me estoy duchando —masculló irónico—. Y no, no sé qué pasó, aunque te cueste creerlo no soy adivino.

Lo ignoré.

—Después estos jodidos años volví a ver a Dante —confesé, sintiendo el vacío en mi estómago—. ¿Y sabes qué hizo él? Me ignoró, pasó de mi como si no tuviéramos recuerdos, o como si de repente no me conociera —Recosté la cabeza de la pared, cerrando los ojos—. Puedo entender que esté molesto, que quizás mis acciones fueron un fiasco para él, pero tuve intenciones buenas, claro que lo hice.

Exhalé, no estaba segura de estar furiosa o dolida.

—Espera —dijo Isaac, interesándose en mis palabras—. ¿Cómo mierda viste de nuevo a Dante?

—Lo vi en una discoteca...

—¿Dante en una discoteca? ¿Estás segura de que era él?

—No soy estúpida, Isaac, claro que era él.

Isaac salió de la ducha, tomando una toalla para atarla en sus caderas. Sacudió la cabeza, salpicándome con las gotas de agua.

—Ignorarte no suena al tipo de cosas que haría Dante —insistió, tomando la crema de afeitar y untándosela en su barbilla.

—¿Me estás escuchando? —escupí atónita.

Isaac rodó los ojos, pasando la afeitadora por su incipiente barba, eliminadola.

—¿Me estás diciendo que Dante, el que estaba enamoradísimo de ti y que babeaba cada vez que te veía, te ignoró?

Bueno, si lo decía de esa manera incluso podía sonar estúpido, pero era lo cierto. No estaba tan loca como para alucinar.

—Emm, sí, eso es justo lo que te estoy diciendo y pasó —repetí, exhalando el aire por mi nariz.

Isaac se concentró en afeitarse.

—Hay algo que no entiendo —dijo Isaac de repente.

—Duraremos aquí toda la noche —bromeé.

Isaac hizo caso omiso a mi comentario, volteando ligeramente hacia atrás para clavar sus ojos sobre los míos, los cuales solo eran capaces de demostrar confusión.

—Dejaste a Dante para que él pudiera ir a Italia y cumplir sus sueños, según me contaste en el contrato decía que él no saldría de Roma durante unos años, entonces, ¿qué mierda estaba haciendo en Barcelona?

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora