29. Una vuelta al principio.

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Jazmín.

—¡Jazmín! ¡Muévete! Vamos a llegar tarde y Melissa nos va a mandar a la horca —gritó Isaac desde la sala de nuestro departamento.

Había venido en la mañana para buscar ropa y regar mis plantas. No podía dejar a mis preciadas y hermosas plantitas en manos de mis amigos más del tiempo necesario. Los quería y conocía también.

—¡Voy! —exclamé otra vez.

Llevaba gritando lo mismo más de diez minutos y empezaba a exasperarme.

—¡Jazmín! ¡Duende! ¡Indigente! —repitió, salí de mi habitación furiosa y lo encontré riendo en silencio a sabiendas de que me molestaría. Agarré el cojín del sofá y se lo tiré en la cara. Se echó a reír.

—Cierra la boca o te lo lanzo otra vez —le advertí.

Isaac se puso a parlotear.

—Estoy aburrido. No tengo ni siquiera treinta años y ya me aburro, ¿sabes qué quiere decir eso?

—¿Qué? —Me puse el segundo zarcillo, saliendo a la sala.

Isaac llevó una papa a su boca, mirándome de reojo y bufó.

—Que estoy envejeciendo, ¿me ves alguna cana? —me preguntó divertido.

Me senté a su lado, recostando mi cabeza en su hombro. Habían pasado semanas desde que habíamos hablado -una conversación seria-, y aunque debíamos irnos pronto podría escucharlo antes de marcharnos.

—¿Cómo estás, Isaac?

Él tardó más de lo usual en responder.

—Estoy mejor que antes —Su cuerpo se tensó y se relajó instantes después—. Quería decírtelo.

—¿Decirme qué?

—Comencé a ir al psicólogo —dijo en voz baja.

—Eso es increíble, Isaac —mascullé, separándome y mirándolo.

—No sé si esa mierda funciona o es solo para quitarme el dinero, pero nada pierdo intentándolo. Lo que sea para dejar de sentirme en un infierno.

—Te ayudará, podrás hablar de lo que no quieres hablar con nosotros y te ayudará, lo sé —aseveré.

No había ido al psicólogo, y aunque muchos creían que no era necesario la ida a uno, creía que sí lo era. Era recibir ayuda, que probablemente necesitábamos. Algunos podían lidiar solos con sus problemas, guardando lo que sentían y reprimiéndolo, para otros era más difícil y doloroso hacerlo.

—¿Y tú, cómo estás? —replicó.

—Voy bien. Las cosas en casa no son fáciles con Javier, cambió después del coma, no notoriamente, pero cuando me fijo noto las diferencias. Se está adaptando al cambio, es decir, debe reposar hasta recuperarse y detesta estar sin hacer nada —farfullé.

—¿Sigue sin recordarla?

—Sí. No recuerda nada de ella. Es como si cada momento que pasó en el que ella estaba se borró su presencia. Recuerda mis cumpleaños, pero no que María estaba ahí.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora