34. "Si te vieras como yo lo hago..."

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Dante.

—No puedo más —dijo en un jadeo. Tenía las mejillas coloradas y el sudor corría por todo su cuerpo.

—Aguanta —murmuré, tensando la mandíbula y concentrándome para no detener mis movimientos.

Mis músculos y pulmones ardían. Una capa de sudor considerable cubría mi frente y brazos, cada respiración errática creaba un sonido en mi mente, lento y tortuoso.

—No aguanto —gimoteó, dándome una mirada suplicante.

—¿De quién fue la idea de levantarnos a hacer ejercicio? —le pregunté enarcando una ceja mientras agarraba mi botella de agua y le pasaba una a ella.

Mi despertar ideal era sin alarmas. No me gustaba su sonido y prefería abrir los ojos en silencio. Jazmín fue mi despertador esta mañana, estaba dormido, muy cómodo con ella en mi pecho y me obligó a salir de la cama para ejercitarnos.

No era alguien constante en hacer ejercicio. En la universidad me había anotado en el equipo de fútbol no porque fuera un aficionado del deporte, sino porque me mantenía activo y en forma, debido a que a veces estaba muy ocupado escribiendo y estudiando para ir al gimnasio con Francesco. Recientemente me ejercitaba tres veces a la semana en uno en Roma, solía ir cuando apenas estaba amaneciendo, de esa manera no habían tantas personas y me resultaba tranquilo.

—Sí, porque como mucho y no hago nada de ejercicio —resopló acostada en el suelo. Se había detenido en el abdominal número quince.

La miré, sonriendo ante su expresión exhausta y mejillas coloradas.

—Ayúdame —me pidió, alzando su brazo. Lo tomé con cuidado y la ayudé a ponerse de pie. Pegó su cara a mi pecho.

—Estoy sudado —le recordé. Habíamos estado así una vez, hacía mucho tiempo. En un juego de la universidad. Apenas no estábamos conociendo.

—No me importa —murmuró, pegándose más a mí. Sus dedos apretaron mis bíceps—. Esto está más duro de lo que recordaba —Se carcajeó—. Eso sonó raro.

—Sí, sonó muy raro —concordé agachándome y alzándola para ponerla sobre mi hombro izquierdo. Un grito salió de su garganta y me dio una palmada en mi trasero.

Riendo la llevé al baño de mi habitación. La deposité de modo que sus pies volvieron a tocar el suelo de madera y abrí la ducha, ajustando la temperatura del agua hasta que estuvo tibia. Me giré a mirar a Jazmín y estaba recostada del umbral, observándome con una pequeña curva grabada en su rostro.

—¿Qué? —le pregunté.

—Nada —dijo aunque su expresión decía lo contrario.

Negando salí del baño escuchando su resoplido divertido. Agarré mi portátil y contesté varios correos, luego bajé a responder la llamada del centro en donde estaba mi madre y me ocupé de que estuviera en buen estado , enviando el dinero correspondiente y preguntando sobre su estado.

Ciertamente pocas veces me decían que estaba bien, por lo que sus dosis de calmantes aumentaba con constancia. No quería preocuparme, pero era mi madre y podía decir que quería que estuviera mejor, aunque supiera la imposibilidad de esto. Quería ir a verla, solo que no tenía la valentía. No podía soportarlo y era un egoísta, ella era la que estaba allá, necesitando de nosotros, y yo no podía acompañarla. No podía ayudarla.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora