21: Dilema.

13.6K 1.3K 1K
                                    

Dante.

El sol podía desaparecer sin previo aviso, podía simplemente esconderse.

La lluvia, en ocasiones, llegaba sin advertencia.

Podía que decidieras ir al mar, con la intención de maravillarte con el calor picando tu piel y la arena metiéndose en medio de tus dedos de los pies. Te parabas en la orilla, aspirando el olor del salitre y dejando que tu cuerpo y mente estuvieran conscientes de la maravilla frente a tus ojos. Era entonces, cuando una gota golpeaba la punta de tu nariz y te preguntabas:

¿Por qué debía llover hoy? ¿Por qué, un día tan brillante fue eclipsado por nubes grises y gotas cayendo?

Podía ser que el sol se había cansado, y esas gotas eran el resultado de su estado de ánimo. Podía ser, que estaba bien dejar ese lado de nosotros lleno de luz a un lado, solo durante el tiempo necesario, y al llegar la tormenta apagada, abrazarla.

Porque, eso existía en nuestro interior. Nadie era completamente luz, como tampoco oscuridad. Estábamos conformados por ambos.

No existía duración eterna de una, incluso las luces brillantes podían sufrir bajones, aminorar la luminosidad durante unos segundos, sin embargo cuando volvía a alumbrar lo hacía con mayor fuerza, con mayor impulso.

En esos días en donde la oscuridad nos invadía, llenandonos de sombras y escondiendo la luz, debíamos pasarlos sin preocuparnos o decir que sentirnos así era inaceptable. No debíamos preguntarnos el porqué de la lluvia y falta de sol, debíamos quedarnos ahí; esa sensación ligera de gotas cayendo por nuestro rostro.

Disfrutar la lluvia, probar su sabor, sentir su presencia. Sentarnos y respirar, sentir el frío que indicaba que estábamos vivos. Y cuando tus pulmones se llamaran de aire y tu mente se permitiera escuchar el sonido de los truenos y no inmutarse, sabiendo que es parte del cielo, entonces, era nos pondríamos de pie y alzariamos la mirada. Arriba las nubes se iban dispersando al tiempo en que tu sonrisa crecía y el soltabas el peso que había estado sobre tu espalda, y el sol salía.

Ninguna oscuridad es eterna.

El sol sale de nuevo. La luz vuelve. Y tú siempre brillarás.

Pero, mientras lo hacías, encargarte de querer a tu parte blanda y sensible, si bien queremos aferrarnos a la contraria: llena de fuerza, ésta venía después de la debilidad.

Había que permitir sentir lo triste, dejarnos caer y rompernos, sólo así aprenderíamos después qué era la fuerza.

Jazmín dejó escapar cada sentimiento, cada lágrima y cada sollozo. Y verla aceptar que estaba bien hacerlo incrementó el respeto y amor que le tenía. Sin embargo, verla desmoronarse fue agónico.

Sobretodo, fue agónico, mirarla así y saber que no había nada que pudiera hacer para que fuera distinto. Me dolió reconocer que era un proceso por el que todos podíamos pasar, y eventualmente salir. No podía sacarla de allí, pero sí podía acompañarla.

Aceptó aquel suplicio, lo recibió y lo procesó. Cumplió el primer paso de la fortaleza, porque, sabía que, nadie se había levantado sin antes haber caído.

Cuando Jazmín dejó de llorar se acostó a mi lado, y me pidió que la abrazara y no la soltara. Ojalá ella hubiera sabido que no pensaba hacerlo, ni ahora, ni luego.

Dormí con ella encima de mí, su corazón latiendo sobre mi pecho. Quería que se quedara así, ¿sonaba extremo si decía que por siempre?

Antes de cerrar los ojos y dejar que el sueño arrasara conmigo, la observé. Conseguí a la que conocí en la firma de libros, la que me contó chistes pésimos y esa que le dio sentido a la palabra amor, la que me hizo ser un idiota enamorado. Y ahí, con mis manos sobre su cuerpo, me di cuenta que Jazmín era el amor de mi vida, y esperaba que fuera el amor para mi vida también.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora