3: Decisiones.

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Dante.

Asistir a reuniones tenía un efecto soporífero sobre mí.

Sentarme a escuchar a una persona hablar sobre negocios, empresas y documentos era tedioso e itranscendente.

—¿Dante...? —me llamó.

Mi nombre me trajo de vuelta a la aburrida reunión, dejé que mis opiniones se fueran a un lado, prestando atención a mi jefe.

—¿Podría repetir la pregunta?

Alessandro tensó la mandíbula, arreglando su corbata. No hubo signo de molestia, pero sí de reprimenda.

—¿Estás de acuerdo con la fecha del viaje? —repitió—, en una semana.

Una semana, ¿una semana para volver a Madrid?

—¿No es muy pronto?

Tenía responsabilidades que atender antes de dejar Roma, aunque fuera solo por unos meses, esto me lo había informado Alessandro. La idea era quedarnos mientras que la empresa tomaba forma, y después poder volver.

—Una semana para ir a Barcelona, nos quedaremos ahí dos días e iremos a Madrid —aclaró, escribiendo en su agenda.

—Ah —murmuré—, sí, estoy bien con ello.

Como si tuviera otra opción. No era lo suficientemente ignorante para saber que mi opinión valía una parte mínima, mientras que la de él era la definitiva completa.

El ir a Barcelona primero inyectaba en mis venas una dosis de inquietud, en el buen sentido de la palabra. Conocer un lugar nuevo sería un buen entretenimiento.

Alessandro me tendió la carpeta, su contenido era mi contrato ya firmado, aceptando todas las condiciones que conllevaba convertirme en su socio.

—Tengo una duda —confesé, poniéndome de pie—. ¿Ahora qué soy tu socio debo usar traje?

Él sonrió como lo haría una persona que te superaba por años en experiencia.

Jóvenes. Parecía decir.

—No, Dante, puedes seguir vistiendote como quieras —respondió.

Le había dicho al empezar a trabajar allí que no me sentía cómodo en traje, o con pantalones de vestir. En realidad era el único de la oficina en llevar ropa casual.

Por eso iba todos los días con una camisa de cuadros y un jean.

Dudaba que la vestimenta influyera en el talento o la destreza.

Dorian solía burlarse de ello, diciendo que mi ropa parecía repetida y que el que había creado ese estilo de camisa debía estarse volviendo rico gracias a mi.

Solía mandar al carajo a Dorian. En múltiples ocasiones.

—Es bueno saberlo, me siento ridículo en traje, —solté sin pensarmelo, el recordatorio de que él era una de esas personas que lo usaban me hizo agregar :—sin ofender.

Movió su mano hacia arriba, dejando que cayera con aire flojo.

—No me ofendes, a decir verdad no me siento ridículo con el traje, me da un aspecto atractivo, ¿no es cierto? —dijo relajado.

Torci los labios en un gesto inconsciente, dando una respuesta sin siquiera haber articulado.

—Emm, —Pretendí mirar mi reloj—, debo ir a trabajar.

Di una vuelta, caminando rápido a la puerta de la oficina.

—¡D'angelo! No seas mentiroso —me reprendió como si tuviera cinco años, elevando la esquina derecha de sus labios.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora