EPÍLOGO.

13.1K 1.1K 503
                                    

Cuando te vi tuve un buen presentimiento
De esos que llegan una vez en la vida
Quiero tenerte aunque sea solo un momento
Y si me dejas tal vez todos los días

No sé nada de tu historia
Ni de tu filosofía
Hoy te escribo sin pensar
Y sin ortografía

Para aprender a quererte
Voy a estudiar cómo se cumplen tus sueños
Voy a leerte siempre muy lentamente
Quiero entenderte.

Aprender a quererte.
Morat.

Dante.

Creía firmemente que el día más feliz de mi vida había sido cuando me casé con Jazmín, hasta que nació nuestra hija, entonces ese fue el momento en donde todo había cobrado sentido.

Jazmín y yo habíamos estado nerviosos y atentos. El doctor nos había puesto al tanto de las complicaciones que podría tener debido a lo difícil que era la situación en el cuerpo de Jazmín. Estábamos asustados, como nunca, pero el parto salió bien y la pequeña vino estando sana. Y carajo, la primera vez que la vi, supe que no había nada más hermoso que la sensación de tenerla en mis manos.

Cuando la sostuve, y observé sus ojos, encontré un espejo, que reflejaba los míos en ella. De la misma tonalidad verde que los míos.

Ser padres hacía que las noches fueran difíciles, debido a que era una niña inquieta, pero estábamos disfrutando de ello. Llevábamos ojeras marcadas, pero también una felicidad inmensa en el pecho. Como si estuviéramos hechos para esto. Como si la felicidad no tuviera final.

Jazmín y yo habíamos aprendido mucho desde que teníamos a una hija; preparar teteros, a cambiar pañales y también las letras de las canciones infantiles que servían para que dejara de llorar. Como también aprendimos que a la pequeña le gustaba reírse y que su madre era la que más le sacaba carcajadas. Conmigo, por otro lado, descubrimos que mis brazos servían para hacerla dormir en instantes. Así que ambos teníamos una parte.

—Vamos con tu mamá —le dije a la pequeña que tenía cargada, agarrando uno de sus mejillas regordetes.

Carajo, ¿yo era el padre de esta bebé tan hermosa?

Salí de su habitación, yendo hacia el jardín, en donde conseguimos a Jazmín. Se encontraba arreglando el picnic que íbamos a tener. Sobre el césped se extendía una manta de cuadros rojos y blanco, y mucha comida en trozos pequeños.

Mi esposa levantó la mirada y esbozó una gran sonrisa, causando que mi corazón se acelerara y calentara. Ese era el efecto que tenía en mi, uno devastador.

—Oh por dios, no puedo creer lo linda está nuestra hija —chilló Jazmín, señalando el vestido rojo y los dos moñitos en la cima de su cabello.

—Se parece a su madre —afirmé, levantando la esquina derecha de mi boca.

—En eso tienes razón, D'angelo. Tienes a las dos chicas más hermosas, ¿cómo te sientes al respecto?

Me tumbé a su lado, dejando a nuestra hija en mi pierna y Jazmín recostó su cabeza en su hombro, agarrando su pequeña mano de Chiara.

Habíamos estado buscando nombres antes del nacimiento de nuestra hija luego de enterarnos de que sería niña, le di varias opciones a Jazmín y ella a mi, pero no fue hasta el día del parto en que me dijo cómo quería llamarla.

La enfermera nos pasó la niña envuelta en una manta, y Jazmín, quien estaba sudorosa y agotada, empezó a reírse y a llorar al mismo tiempo, lo que dio a entender que se trataba de dicha lo que llenaba su cuerpo.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora