54. ¿Culpa o amor?

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Dorian e Isaac.

Dorian se miró al espejo, arreglando las mangas del ridículo traje que debía usar para ese día. Tragó el nudo en su garganta, sin comprender por qué las dudas lo asaltaban cuando era un decisión que al inicio había parecido la única opción que parecía estar bien. Quería arrancarse la asquerosa sensación alojada dentro de él; el miedo, la rabia, la tristeza.

Porque aunque él había vivido toda su vida sin sentirse feliz, en ese momento se sentía más miserable que nunca.

Sentía que si su hermana estuviera viva, ella estaría decepcionada de él, de lo que estaba a punto de hacer. Y no tenía ningún sentido, porque si él estaba haciendo eso era debido a que le parecía el pago por lo que le había hecho a Chiara.

La noche anterior, en la que su hermano le había dicho que lo apoyaría en lo que fuera que quisiera, Dorian se preguntó... Él por primera vez se preguntó si quizás Dante tenía razón, y lo que le había pasado a su pequeña hermana no fue más que un accidente. Dorian nunca tuvo la intención de descuidarla, nunca. Y tal vez... Tal vez... Él no quería que nada malo le pasara. Él no...

No.

Él no...

¿Él no qué?

Dorian no podía ponerse de acuerdo con la voz de su mente, él consideraba que la culpa no era suya, que no era de nadie, pero esa voz lejana y llena de oscuridad le decía que él estaba encargado de cuidarla, y que si el quizás no la había empujado, tampoco había estado ahí para evitar que se cayera.

Tienes que hacerlo. Acabaste con ella, y con ello destruiste tu familia. Paga por ello. Tienes que hacerlo.

Él cerró los ojos, deseando no estar ahí, deseando haber sido el que se fuera y no Chiara.

Ese le parecía un precio justo, dar su vida para que ella recuperara la suya. Pero aquello no era posible. De modo que se dirigió a la puerta y luego caminó hacia el altar, parándose del lado correspondiente. Vio a esas personas en los bancos, la mitad desconocida para él, creyendo que ese matrimonio era normal, que era entre dos personas que se amaban, cuando la realidad era otra.

Las náuseas revolvieron su estómago, y el pulso zumbó en sus oídos. Le costaba respirar, le costaba mantenerse de pie. Mierda, ¿qué le pasaba? Sintió su garganta cerrarse, sus pies entumecerse y su boca seca.

—Bien hecho, Dorian —dijo su padre, poniéndose a su lado y dejando su mano encima de su hombro.

Dorian no lo miró, y apretó los dientes, reprimiendo el grito que quería soltarle a él, por no haberlo querido a pesar de que se había esforzado por ser digno de su amor, por haberlo dejado en el olvido, por no haberle dicho nunca que se sentía orgulloso de él, por no haberle dado un abrazo cuando lo necesitó, y por echarle en cara que lo odiaba y culpaba. Por nunca ser un padre para él. Por hacerle tanto daño. Porque incluso después de todo lo malo, seguía queriendo que él lo quisiera, que lo aceptara. Y se odiaba a sí mismo por eso.

Dorian también quería gritarle al mundo, gritarle hasta quedarse sin voz. ¿Por qué? ¿Por qué el mundo era así? ¿Por qué su hermana se había muerto? ¿Por qué no pudo evitarlo? ¿Por qué su madre no lo quería? ¿Por qué su madre intentó matarlo? ¿Por qué su hermano era bueno con él cuando él nunca estuvo ahí para Dante? ¿Por qué...? Jodida mierda, ¿por qué?

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora