44. Una "no" navidad.

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CAPÍTULO NAVIDEÑO.
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Jazmín.

Llegamos a Madrid el jueves, el vuelo había estado lleno de silencio y aunque sabíamos que debíamos tocar ese tema, no lo hicimos. Yo no me sentía lista aún, y él... En realidad no lo sabía. Antes de ir al aeropuerto habíamos pasado por el hospital a despedirnos de su madre, quien nos deseó un buen viaje. No quería ponerme a darle vuelta al asunto y pensar que dentro de tres días debía tomar mi pasaje con destino a Alemania y Dante iría a Roma.

En fin, hoy: viernes era nuestra "No" navidad. Lo que me llevaba a preguntarme:

¿Por qué las que sonaban como excelentes ideas terminaban siendo lo contrario?

Cuando María dijo que haríamos un amigo secreto se oía bien, pues, ¿qué tan complicado podía ser encontrar un regalo para uno de tus amigos -que se suponía que conocías muy bien-? ¿Verdad? ¿Verdad? Pero no, no era fácil tras estar dos horas en el centro comercial estaba comenzando a entrar en pánico.

La reparación de números la hablamos  hecho por una aplicación, así que prácticamente nadie sabía a quién le había tocado, ni siquiera por sospecha. Por mi parte me había tocado Isaac. Considerando que era mi mejor amigo se suponía que sería pan comido, resultó ser que el pan era yo y me estaba comiendo.

¿Qué podía regalarle? ¿Tal vez una cuenta premium de algún videojuego?

¿Un gato?

¿Un disfraz de breaking bad?

Isaac era un hombre original y un niño a la vez, y no tenía una jodida idea de qué podría darle como regalo.

—Sé que no debería decirte nada porque es un amigo secreto y bla bla bla, pero estoy agotada y con la mente blanca. Necesito que me ayudes —dije cuando María contestó mi llamada.

—No te culpo, soy la mejor haciendo regalos —se mofó y no pude contradecirla.

—Me tocó Isaac —confesé—. ¿Qué le regalarías tú?

—Un clóset nuevo.

Resoplé divertida.

—Hablo en serio.

—Yo también —musitó—. Okey, okey, déjame pensar.

—Te dejaré pensar.

Pasé frente a una gran tienda, y como si fuese mandado por el mismísimo Grandulón apareció el regalo perfecto delante de mis ojos.

—Tengo que colgar —le informé.

—¡Jazmín! Espe...

Tranqué la llamada y empujé la puerta de cristal, entrando sin nada y saliendo con una pesadisima bolsa. La sonrisa me creció cuando pasé por otra tienda y compré otro regalo que me gustaría dar.
***

—¡Llegué! —espeté, abriendo la puerta principal que estaba sin seguro.

El aroma de la cocina inundó mis fosas nasales y mi apetito se despertó en forma de bestia. Habíamos decidido usar nuestro apartamento compartido para cenar y reunirnos. María alegó que dejar de compartir lugar era nostálgico y debíamos aprovecharlo mientras seguíamos aquí, pues dentro de poco sería solo de Isaac. Ella se iría a New York y yo a Alemania.

María había despejado la sala de estar, poniendo una mesa -que no sabía de dónde había sacado- alargada con manteles blancos, verdes y rojos, y a pesar de estar en el siglo en el que gobernaba la tecnología, ella había llenado el lugar de velas y decoraciones navideñas.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora