CAPITULO ESPECIAL #3.

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Sugerencia: Para sentir más el capítulo, leerlo mientras escuchan la canción que dejé aquí arriba.
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Javier.

Él la recordó. Recordó todo de ella. Sus gustos, lo que amaba, su sueño. Recordó que fue la primera chica de la que se enamoró y amó. Recordó que fue feliz mientras estaban juntos. Y recordó que él fue quien la hizo a un lado.

Se arrepentía de muy pocas cosas, pero haberla perdido era una de esas.

Javier se sentía impotente por haberla lastimado de la forma en que lo hizo. No la tomó como la prioridad, no le dio el puesto que merecía. Ella siempre lo hizo, lo vio como alguien por el que valía la pena esperar. Cuando él se fue a Madrid, ella insistió en continuar lo que tenían, le dijo que si se querían era posible. Javier prefirió no hacerlo. Le preocupaba por lo que estaba pasando su familia y puso delante su bienestar antes que el de él mismo. Buscó trabajo y se hizo un adulto más rápido de lo que hubiese querido, pero estaba bien, era su responsabilidad. María lo entendió y aun después de convertirse solo en amigos, lo alentó por mensaje cada tarde que llegaba agotado del  trabajo o cuando estaba preocupado por su hermana y el imbécil que le había roto el corazón.

Javier recordaba un día en específico que intensificó sus sentimientos por María. Él había encontrado la invitación de la boda de su padre en la sala de su casa. Se enfureció por fuera y por dentro se sentía como si estuviera muriendo. Él sabía que significaba que su padre no se involucraría más con ellos y que sería un bastardo al respecto. María tocó la puerta de su habitación esa noche, y se sentó con él en su cama.

En medio de su furia había tirado un vidrio de su habitación, herida que ella curó.

—Eres más que esto, ¿lo sabes? —le dijo ella, dándole una mirada que lo puso nervioso.

Su estúpido corazón latió con fuerza.

—No creo que lo sea —confesó más honesto que nunca.

Javier muchas veces se sentía como si fuera nada. Como si no sirviera. Estaba harto de no poder hacer más por su madre, de no poder ser ese hombre en quien ellos vieran un soporte.

—Lo eres. Yo te veo, Javier, de verdad. No eres duro, solo estás herido, impotente. Sé que en un futuro serás un hombre admirable, aun más de lo que lo eres ahora.

Javier atrapó un mechón de su cabello marrón, dándole un beso en los labios.

—Quiero poder casarme contigo, cuando seamos más grandes —confesó ella—. ¿A ti te gustaría?

—Aún falta mucho para eso —dijo, evitando su pregunta.

Supo que se merecía un puñetazo que le rompiera la nariz. Porque quería decir que sí, quería decir que sí con todas sus jodidas ganas. La desilusión cubrió las facciones de ella.

El Javier del presente se sintió decepcionado de su yo del pasado. Había sido tan estúpido e iluso.

¿Cómo pudo lastimarla tantas veces?
¿Cómo pudo hacerlo cuando lo único que ella hizo fue aceptarlo y amarlo?

Era tarde para arrepentimientos. María había conseguido a alguien que no jugó con sus sentimientos, que no la lastimó innumerable veces y que le dio el trato que merecía.

Sus nudillos tocaron la puerta delante de él, esperando a que la voz del otro lado lo dejara pasar. Escuchó ese sonido que le dio un vuelco a su corazón. La puerta se abrió.

Y la vio. Relucía con su vestido y su rostro lleno de ilusión. Ella era siempre bonita, pero esa tarde Javier realmente la miró. Su corazón bondadoso y esa linda sonrisa llena de ingenuidad.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora