9: Excusas.

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Dante.

La camioneta de Francesco se detuvo frente a la empresa en la cual Alessandro me estaba esperando.

Dorian había insistido en acompañarme, alegando que no tenía ningún conocimiento sobre la ciudad y sus calles, y que de salir solo se perdería.

Puesto que no pude convencerlo para que me esperar en casa tuve que acostumbrarme a su presencia.

—Hombre, recuerda que tenemos que ir a la joyería en la tarde —dijo Francesco, enfundado en su uniforme de hospital—. Apenas termine mi guardia pasaré por ti.

—Es molesto que hablen en un idioma que no entiendo —se quejó Dorian desde el asiento de atrás, cruzado de brazos.

—Te dije que leyeras el diccionario —dije en italiano, Francesco se carcajeó.

—¿Dorian acaso sabe leer? —replicó, echándole una ojeada rápida y divertida.

De jóvenes, cuando Dorian era parte de nuestra amistad, Francesco solía bromear en gran cantidad con cada palabra o acción de mi hermano gemelo.

—No eres gracioso, Francesco, nunca lo has sido—refutó Dorian serio.

Francesco no le prestó atención, dándole al botón para abrir los seguros que nos permitió salir del auto.

—Gracias por traernos —mascullé, palmeando el hombro en modo de agradecimiento.

Francesco hizo un gesto, asintiendo al tiempo en que abría la puerta y abandonaba el vehículo.

Aún estando fuera supe que este podría ser probablemente un lugar en el cual me gustaría estar. Daba la imagen de una empresa tranquila y amena, justo lo que necesitaba esos días.

La noche anterior había tenido una conversación con Alessandro, en donde llegamos al acuerdo de que mi estadía en Madrid constaría de tan solo dos meses, luego podría volver a Roma, a retomar lo que había dejado allá.

Madrid me traía recuerdos del ayer, de lo que fue y de lo que no, pero Roma me abría una puerta infinita de posibilidades, las cuales a estas alturas no se veía racional dejar pasar.

Estos dos meses me servirían para para estar con papá y con mis amigos más cercanos, o al menos con Francesco, Cristina seguía en Italia.

—¿Tienes prisa? —inquirí, teniendo que apresurar el paso para alcanzar a Dorian.

Se detuvo, viéndome.

—Caminas como un viejo de cien años, Dante, ¿quieres que te de un bastón o qué mierda? —refutó.

—Te hubieses quedado en casa —susurré, pasando al interior del edificio de dos pisos.

—¿Qué iba hacer? ¿Ver televisión? No, porque no tienes una —volvió a quejarse.

—Puedes comprarla tú si tanto te molesta —bufé entre dientes.

Dorian chasqueó sus dedos.

—Está bien, iré a comprarla, pero necesito una cosa.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora