11: Un casi beso, un puñetazo y nada más.

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Dante.

Jamás había sentido tanto miedo como cuando perdí a Jazmín de vista dentro de la playa.

Conocía los tipos de miedos, pero este tipo era mucho peor que el vértigo.

Se trataba de un terror que secundó mi cuerpo por completo, ligándose en mi sangre, adhiriéndose a la piel.

Esos cinco segundos me parecieron un siglo, uno en donde la perdía.

Tan solo imaginarme las cosas que pudieron haber pasado sacudió mi mundo, desordenado aún más las cosas.

Inclusive viéndola caminar lejos de mi tras la discusión no pude recapacitar y lograr residir en la realidad.

Era como si todo lo que estuviera pasando se tratara de un libro, y yo no era más que un lector.

No la seguí.

Aún si hubiese querido hacerlo mis piernas no cedieron.

El shock desestabilizó mis sentidos, dejándome desorientado.

Minutos más tarde pude entrar de vuelta a la casa, no me quedé en el comedor junto a nuestros amigos. No, subí a la habitación que solía ocupar cada que Francesco me invitaba a pasar un fin de semana aquí.

Frente a la puerta lo que pareció ser una buena idea se diversificó, tornándose realmente pésima.

Entré a la habitación, dando un portazo tan fuerte como pude.

La frustración se adueñó de cada parte de mis partículas.

Cada maldito detalle me recordaba a ella.

Compartir tanto a su lado, que, aunque estuviéramos separados lo que habíamos sido me seguía persiguiendo. Intentaba escapar, sin importarme en lo más mínimo parecer un cobarde, pero no podía. Me alcanzaba, respirándome en la nuca por las noches, envolviéndome con furor.

¿Qué más tenía que hacer?

¿Qué tenía que hacer para sacarla de una vez por todas de mi cabeza?

Me engañaba diciendo que no había sentimientos encontrados por ella. Me mentía alegando que nuestro pasado no influía en el futuro. Me empeñaba en sacarla por siempre, cuando el por siempre había sido la definición para el amor que algún día habíamos sentido el uno por el otro.

A veces, mirándola directo las ganas de olvidar lo malo y besarla me invadía.

Aquello que me lo impedía era la pregunta: ¿Después de eso qué?

¿Estaba dispuesto a arriesgar todo por un beso?

Tal vez, por ella si lo era.

Pero hacerlo significaba dar pasos hacia atrás.

Retroceder y echar a la borda cualquier avance obtenido con el pasar de los años.

También por más que quisiera negarlo, Jazmín tenía razón. Le estaba echando toda la culpa a ella, no estaba asumiendo la parte que me tocaba.

En un impulsivo intento de aclarar la situación salí de la habitación, yendo hacia donde sabía que podía estar ella. Toqué una vez, luego otra, e impaciente abrí la puerta sin esperar a que se dignara a entrar.

Puse un pie dentro, encontrándome con Jazmín envuelta en una toalla, saliendo de darse una ducha.

—Te escuché, ahora tú me vas a escuchar a mi —demandé.

Jazmín se sentó sobre el borde de la cama, cruzándose de brazos. Dispuesta a escucharme.

—No eres la única culpable —cedí—. Como dijiste no fuiste tú quien me montó en el avión. Pude quedarme, insistir, decirte que no quería, pero no lo hice. ¿Sabes por qué? Porque respeté tu decisión, aun cuando me correspondía a mí tomarla. Respeté tu creencia de que debía irme para cumplir mis sueños y ser feliz, sabía que no sucedería, lo intenté por el amor que te tuve.

Las cartas de Dante © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora