Capítulo 53- ¿Están jugando?

13.5K 1K 2.8K
                                    

Hace 22 años

CHRISTIAN

Quién diría que ese dicho de que el mañana no está asegurado... podría ser tan cierto.

Lo he comprendido cuando la mujer de mi vida cerró los ojos en la cama del hospital, susurrando sus últimas palabras:

-Cuida a mis bebés.

Con lágrimas en mis ojos, había tomado su mano, apretándola con con fuerza para asegurarle que la amaba y que me encargaría de no defraudarla.

Tamara, mi esposa, había sido diagnosticada con Cardiopatía Isquémica. Una enfermedad que atacó a su corazón, provocando que el mismo no funcionara como debería, y terminó quitándole la vida.

A ella se le detuvo el corazón, mientras que a mi se me rompió por completo.

Hace tan solo cuatro años que dio a luz a nuestro segundo bebé. Estábamos tan emocionados y felices de haber formado una familia. Fue a temprana edad, lo admito. Pero tener a esas personitas tan pequeñas en mis brazos era el mejor regalo que pudo haberme dado Tamara.

-Recuerda lo mucho que les gusta jugar.- me decía a medida que su respiración se desaceleraba.

Su muerte fue algo que me marcó de por vida. Estaba jodidamente enfadado, triste, amargado, depresivo. ¿Por qué ella? Era lo que me preguntaba cada día de mi vida.

Y otro de los mayores retos de mi vida... ¿Cómo le decía a mis hijos que su madre se había ido?

-¿Cuándo va a volver, mami?- me preguntó mi hijo mayor, Peter.

Yo trataba de no romper en llanto- Su madre...

-Pasa mucho tiempo en cama, le va a doler la espalda. Tienes que decírselo, papi.- Chad no oculta su preocupación, incluso siendo apenas un niño de cuatro años.

Se los dije, hablé con total madurez y sinceridad sobre lo que le ocurrió a la mujer que les dio la vida. Les costaba comprender la situación, decían cosas como que un ángel curandero vendría a nosotros para salvarla. Pero me rompía el corazón tener que negarlo.

Cuando finalmente cayeron en cuenta de que ella no volvería, sus pequeños corazones salieron destrozados. Estuvieron deprimidos por cinco meses enteros, los cuales fueron una tortura para mi como padre.

Luego de esos cinco meses, lograron mejorar un poco su ánimo. Ya actuaban como los niños que debían ser, aunque el vacío que dejó su madre nunca se iría.

Continuaron en la escuela, se mantuvieron unidos como los hermanos que son, se quieren mucho el uno al otro y detestan la idea de separarse. Sonreía todo los días de mi vida al verlos jugar juntos con sus juguetes y la conexión que compartían era muy especial.

Éramos felices... Pero todo eso se arruinó una noche.

Ellos y yo habíamos salido por un helado. Celebrábamos la navidad en nuestra ciudad. Visitamos ferias, atracciones, y comimos delicioso. Tanto Peter como Chad tenían un globo en sus manos con el que les encantaba jugar. Sus pequeñas sonrisas inocentes habían reaparecido.

Caminábamos por la acera cuando tuve que detenerme a contestar mi teléfono. Yo lideraba una asociación compuesta por miembros que considero prácticamente mi familia. Nos dedicamos a las campañas benéficas para ayudar a los niños sin hogar o con enfermedades. Tamara adoraba participar.

Contesté el teléfono. Era Richard, prácticamente mi mejor amigo. Mi mano derecha. Su hijo, Max, había nacido recientemente. Me comenta sobre distintas cuestiones sobre la asociación, y yo le pongo mi máxima atención.

Dollhouse (+18) I COMPLETA IWhere stories live. Discover now