XLII

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[...]

Gustabo había mirado a su hermano como si no creyera lo que decía.
Como si supiera que se estaba comportando como un idiota, pero como si no quisiera decir nada al respecto porque evidentemente no sabía lo que sucedía detras de todo ese berrinche que antes había hecho.

Su hermano era usualmente suave, amable y no diría cosas crueles ni siquiera a las personas que se lo mereciesen.
Y sí, Horacio ya había admitido que algo había ocurrido, pero también había dicho que no se lo contaría al rubio hasta que llegara el momento adecuado.

Eso solo hacía que la ansiosa curiosidad creciera en Gustabo.
Él no quería que nada le pasara a su hermano, por supuesto que haría lo que tuviera que hacer para protegerlo, aunque para eso primero debía protegerse así mismo....

Las heridas que todos esos sujetos de la otra noche le habían causado seguían doliendo. El moretón en su espalda baja estaba punzante y sensible ante los delicados roces incluso de la ropa. Su labio roto estaba tratando de cicatrizar, aún ardiendo en el dolor. Y las manchas entre sus piernas no se salvarían tan fácilmente.

Gustabo había pasado por muchas cosas.
Había hecho muchas cosas.

Sentido sensaciones maravillosas y otras no muy satisfactorias.

Pero lo que vivió tan solo una noche antes fue el terror que solo parecía atreverse a aparecer en sus sueños.
Una pesadilla que se volvió realidad.




La primera vez que se sintió sucio hasta vomitar.


Pero la prioridad era Horacio.
Y si él ya estaba comportandose extraño, por supuesto que Gustabo no le diría nada al respecto sobre lo qué pasó. Eso solo alteraría la situación y provocaría un desastre.

Además de que no era una cosa de la que Gustabo se atreviera a hablar.


Por ahora solo quería descansar.
Aquí.
En el departamento de su hermano.

Volver a su departamento ya no era una opción...



Eso podría ser peligroso.

[...]

Horacio estaba mirando hacia el techo.
Se había quedado dormido hace un rato, pero ahora despertó y no hizo más que pensar en la persona que huyó tan solo unas horas antes.

Se levantó y caminó por el departamento, se consiguió un vaso de agua y trató de aclarar sus ideas mientras caminaba a su habitación .
Abrió la puerta. El rubio estaba ahí.

Recostado en la cama como un pequeño niño, con la manta hasta el cuello y la cabeza hundida entre las almohadas de colores brillantes.

Todas esas heridas...

Gustabo dijo que había sido un accidente de tráfico, pero ciertamente Horacio tenía el presentimiento de que aquello no fuera cierto, y tambien tenia miedo de que la causa fuera algo aún peor que un "accidente".

Pero al igual que el rubio, el de cresta le correspondía inconscientemente el sentimiento y también quería protegerlo.
Solo que era un poco difícil para Horacio si el contrario no le dejaba.

Ha... el de cresta suspiró. Rozó los cabellos del rubio con la yema de sus dedos y lo dejó descansar en su cama.

Ya era de noche afuera.
Y Horacio no había recibido ni una noticia del albino.

O eso creyó. Hasta que regresó a la sala y revisó su teléfono sin esperar nada interesante.

En la pantalla, sobre una de las amontonadas notificaciones estaba un par de llamadas perdidas y uno que otro mensaje también.
Horacio se paralizó por un segundo y cuando volvió en razón entró rápidamente en los mensajes que le había enviado el ruso.

Café Mentolado || VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora