VIII

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[G]

Había pasado un rato.
Horacio estaba sentado sobre la tapa de la taza, tratando de expulsar aquel sonido que de pronto su hermano dejó pasar por sus oídos.

Tan perturbador...

Alguien toca a la puerta, tres veces solamente.

-¿Horacio...? -Habló el señor Ford tras la puerta. -, ¿tal vez vine en un mal momento?, ¿debería irme...?

Horacio mira hacia la puerta y rasca su cabello algo frustrado. Se levanta y abre la puerta.

-Lo siento... -Horacio saca la cabeza por una pequeña abertura que deja en la puerta, haciendo ver sus mejillas amontonadas.

-¿Estas bien...?, normalmente tienes esos lindos ojos en tu rostro y ahora luces como si algo estuviera molestándote, ¿es por mi?.

-¿Estás escuchándote? -Le pregunta sarcásticamente -, no. No es por ti... ¿Porqué debería ser por ti...?.

Ford sonríe leve. Horacio abre la puerta completamente y se recarga sobre el marco de la misma.

-¿Puedes contármelo...?

-... es... porque no creo poder pagar la colegiatura mensual de la universidad. -Responde y después de unos segundos suspira -, estaba pensando en pedirte dinero, pero es vergonzoso y realmente no quiero hacerlo...

-¿Cuánto necesitas? -Pregunta, sacando su cartera de su bolsillo trasera.

Horacio abre bien los ojos, enderezando su torso y tensando sus hombros al ver la acción del contrario.

-¿Qué?, n-no, no voy a quitarle dinero. -Se encoge y mira a Ford de manera incomoda incómodo.

El señor Ford mira a Horacio por unos segundos. Pasado uno que otro minutos, le sonríe y después suspira aún manteniendo aquel rostro cálido y relajado.

-Bien -Habla el castaño -, que no sea gratis, entonces. Haz un pequeño trabajo para mi a cambio.

-¿Trabajo...?

Ford asiente. -Dime cuanto necesitas y te lo diré...

-Solo... solo cincuenta dólares -Dice, ahora desviando la mirada.

Sí, había dicho la mitad de la verdadera cantidad de dinero que en realidad necesitaba, pero es que aunque el de cresta se lo había dicho y el contrario había accedido a ayudarle, seguía sintiéndose mal al respecto, cincuenta dólares era casi toda la paga semanal de Horacio, era una cantidad bastante grande para el pequeño meserito. Cuando las palabras "dinero" y "favor" estaban juntas en una frase, Horacio se ponía totalmente incómodo.

Ford saca de su cartera tres billetes, toma la mano del contrario y deja el dinero en ella.
Horacio los mira y los tres son billetes de cien dólares. Frunce el ceño y voltea de nuevo hacia el mayor.

-Antes de que digas algo -Habla el señor Ford -, déjame decirte cual es mi trabajo para ti.

Horacio suspira y se queda callado, esperando por la indicación del contrario.

-Un beso equivale a cien dólares -Le dice y luego señala a ambas de sus mejillas, la izquierda y la derecha- quiero uno aquí y otro aquí...

-¿Y el... el tercero?

-Puedes dejarlo donde quieras...

No era un precio justo.
Era una idiotez.

Una adorable idiotez...

Horacio quería discutirle, decirle lo estúpido que era su propuesta y que haría algo más si él se lo pedía, pero el señor Ford realmente se veía serio en cuanto a sus aparentes condiciones, incluso la mirada que le dirigía al contrario estaba esperando por alguna acción referente a lo que le había pedido.

Café Mentolado || VOLKACIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora