XLIV

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[...]

Horacio estaba acomodando un par de sábanas sobre el sillón/cama que ahora ocupaba la mitad del espacio de la sala.
Gustabo se había ido a dormir pronto, pues casi siempre después de cenar le entraba ese delicioso y pesado sueño, donde no podría haber nada que le pudiera molestar.

Tanto el ruso como el de cresta, decidieron como mejor idea dejarle a Gustabo descansar en la cama de la habitación; ya que tenía más moretones que Volkov y parecía que el cuerpo le dolía más de lo que a él ruso alguna vez le podría doler.
Además, Volkov se sentía avergonzado de quedarse con la habitación, pues aunque era un invitado entendía que no quería ir por ahí aprovechándose de la amabilidad de los hermanos.
Ahora aquel sillón era el lugar donde pasaría la noche. Lucía grande así que gracias a eso podría rodar por ahí hasta encontrar una postura que no le molestara a su herida, pero también parecía más duro que una cama de piedra recién labrada...

Ah, encontraría la forma de acomodarse, no era como si aquel fuera el único problema en el que se tuviese que preocupar.
De hecho, tenía conflictos mucho más graves y peligrosos que la comodidad de un sillón en un departamento ajeno.

Como por ejemplo, el alboroto del año, la firma de la empresa que ahora le pertenecía a su enemigo del alma. A la persona que más odiaba. Y a la que menos soportaba, por supuesto..

La persona que le robó su familia, su trabajo y ahora su vida...
Jaja... si, era gracioso, pues ahora la vida de Víctor Volkov era nula y ya no existía gracias a Jack Conway, literalmente.

Su empresa era la cosa más preciada que alguna vez se le podría dar a Volkov, pues en ella corrían sus venas, sus respiraciones y su tiempo de vida. Y la razón de ello era que tenía una deuda con un par de ceros extra como adorno y ahora que lo suyo ya no era totalmente suyo, pues....

...bueno, de alguna manera u otra tendría que pagar.

Pero la verdad era que a Volkov no le entusiasmaba la idea de morir una vez que ya había encontrado a su primer amor. La única persona que podría entenderlo y la persona que ahora también peligraba por su culpa.

Si a su sol ardiente le ocurría algo, sus días se sentirían más oscuros que la propia soledad.

Oh, pero no se equivoquen. Volkov no era el tipo de persona que pidiera préstamos por caprichos o simplemente para lucir más rico de lo que ya era.
A él ni siquiera se le ocurriría pedirle esa cantidad de dinero a la clase de personas con fama de narcotraficantes.

Pero entonces, ¿porque lo habría hecho?

Bueno, aquella era una respuesta fácil, y se remontaba a un par de meses atrás. Cuando su padre estaba en bancarrota y lucía más miserable de lo que alguna vez fue.

Su amabilidad y benevolencia le hicieron recurrir a las alternativas más peligrosas, como lo eran, pedir un préstamo a una de las mafias más obvias, pero también más peligrosas de la ciudad.
Se esforzó demasiado para que todo saliese bien, e incluso estudió demasiados libros para saber cómo sacar de la pobreza una empresa que ya estaba prácticamente bajo el fango del lodo...

Y lo hizo.
Lo logró.

Y su padre lucía tan dichoso.

Y él lucía tan dichoso...

Pero evidentemente un préstamo no era un regalo con el que pudieses escapar mientras los demás te ven hacerlo.
Tenía que devolverse, y la única forma de hacerlo era sacando de las ganancias de la empresa.

Solo que la empresa.... ¡puff!, ya no estaba a su cuidado.
Y sus días restantes tampoco.

Oh, el poco amor que Volkov le tenía a su padre se había desvanecido con las palabras y los últimos gritos que ambos habían dado.
Aunque, bueno, su padre también había contribuido a ello. Él era el único que había firmado el contrato, entregando la vida de su hijo a los perros que querían comérselo vivo.

Café Mentolado || VOLKACIOWhere stories live. Discover now