XLV (parte 1)

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[...]

Volkov estaba temblante, aún frente a Horacio. Alterado y con las lágrimas convirtiendose en cascadas que no podrían remediarse ni siquiera con los besos más dulces de la tierra.

Horacio lo había mirado. Había notado qué era lo que se posaba sobre la piel del albino. Probablemente se había asqueado al ver una atrocidad tan grande como la de las cicatrices que ahora se adornaban sobre la tez blanca del contrario.
La iluminación era tan solo una poca, pero para el infortunio de ambos, había sido la suficiente como para que la situación se tornara un escenario completamente incomprendible.

Ninguno de los dos deseaba dar la primera palabra, y con mucha razón, pues ambos estaban igual de asustados.

Volkov no debió haber hecho algo tan horrible como eso, y Horacio no debió ver algo tan terrorífico como eso.

[...]

-Ha.... -Jadeo el ruso sin poder evitarlo. Aún cuando trataba de retenerse y bajar la voz, las paredes del baño parecían querer hacer un escándalo con el eco que les acompañaba.

Quién sabe cómo lo había hecho. O cómo lo habían conseguido. Pero logró escabullirse hacia el baño del departamento sin que Horacio sospechara nada extraño. Ahora su trabajo era guardar silencio, pero eso no le estaba yendo muy bien...

Su mano temblorosa volvió a acercarse a su entrepierna. Y una pequeña navaja que sacó de una máquina de afeitar en el lavabo continuó su deber.
Estaba... bueno, cortándose así mismo.
Una, y otra vez...

Pero parecía que, incluso para eso, Volkov era un cobarde, pues los cortes solo causaban pequeños rasguños.

Era demasiado débil como para continuar definitivamente.
Demasiado inútil como para atreverse a que la navaja pasará desde la capa de piel, hasta la capa del músculo...

Oh, mi pobre y pequeño niño. Albino con ojos de cielo que anhelaba lastimarse para desquitarse de todo el dolor que le causaban las injusticias de la vida.

Aún no estaba muerto.
Pero parecía que quería matarse lentamente a él mismo.

[...]

Ahora ambos parecían estar incómodos de cada uno de los gestos y diminutos movimientos que hacía el otro. Y aunque uno de ellos buscara una explicación, el otro no se la daría ni aunque estuviese demente...
Esta situación era tan nueva para ambos que ni siquiera sabían cómo debían reaccionar.
Bueno, no era como si todos los dias te encontraras con los moretones y los cortes en medio de las piernas de tu pareja a punto de tener sexo a escondidas de tu hermano...

Pero la asfixia les estaba ganando a los dos..

- No quiero... -Habló el de cresta, haciendo que el contrario sobresaltara al escucharlo. -no quiero que me lo expliques...

Volkov apretó los labios y después de esconderse bajo las sábanas, le dirigió una pequeña mirada culposa a Horacio.

-Sé que no lo harás -Dice y desliza una de sus manos sobre las piernas del ruso, buscando el confort en su calidez aún cuando está cubierto por la manta. -, y aún si lo hicieras no estoy seguro de que pueda haber una buena justificación para... esto.

-Lo lamento -Responde con la voz rota, interrumpiendolo.

Horacio da un pequeño suspiro y se acerca al contrario, deslizándose junto a la tela. Se detiene cuando ya se ha desplazado hasta detrás de la espalda de Volkov y finalmente lo abraza sin desprenderlo de las sábanas, para que no se sienta incómodo.

El ruso cierra los ojos y otra de esas lágrimas cae desde sus mejillas hasta su barbilla, terminando finalmente humedeciendo la manta. Se hace hacia atrás y recarga su espalda sobre el pecho de Horacio.
El de cresta besa su mejilla con suavidad y saborea sobre sus labios lo salado de sus lágrimas.

-No hay ni siquiera una razón -Dijo de nuevo V y se deshizo cuando acabó su lamentable frase. Dejando que el llanto fuera aún más abominable y propenso. -, es solo que cuando empiezo no... no sé como pararlo. Incluso cuando me doy cuenta de que lo estoy haciendo no me.. detengo.

Horacio desliza sus manos por el pecho del ruso. Rodeándolo hasta abrazarlo así y haciendo que piel con piel parezca todo más cálido.
Sus sollozos no se calman pero Horacio tampoco hace nada para acallarlos, pues sabe perfectamente que el contrario debe desahogarse hasta estar cansado de hacerlo.

No había realmente una solución para un problema tan inmenso como aquel, pero incluso si la hubiera no era como si ambos pudieran hacer que todas las secuelas desaparecieran de la nada.

Aquellas heridas que cuando cerraran dejarían una cicatriz para siempre. Un mal recuerdo de una solución perturbadora.

Ni siquira el amor más grande de todos podría dejar en el olvido los métodos que hacían que volkov se calmara de una forma u otra. Pero supongamos que todo esto es solo culpa de alguien más...





Después de todo, si Horacio asumía la responsabilidad sería un gran problema.


Es tan divertido que los dos dependan del otro, pero que ninguno de ellos sea lo suficientemente responsable como para lidiar consigo mismo.

Café Mentolado || VOLKACIOWhere stories live. Discover now