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[...]

El dolor de cabeza ante los lloriqueos y lamentos se acompañaba de la sensación del agua fría presionando contra su piel mientras lo abrazaba. Era difícil definir la causa de la vista borrosa de Horacio Perez, pues nadie sabía si era por el cloro mezclado con los otros químicos del agua, o por las saladas lágrimas que no parecían querer abandonar su lugar en el rostro del moreno.

Se había tranquilizado después de haber llorado tanto ante una complicación amorosa tan tonta e ingenua. El de cresta había salido de la piscina y ahora, mientras temblaba con ligereza, esperaba a que su hermano acabara de exprimir la ropa empapada sobre el bordillo de la pileta.

Otra vez, le dirigió esa mirada rojiza y bicolor, que aunque no se notara mucho por la oscuridad de la noche, continuaba manteniendo su brillo.
Gustabo lo nota y estruja la camisa de Horacio una vez más, para tratar de fingir que no quiere mirarlo tambien.

-No pongas esa cara -Dice el rubio, y el agua que escurre cae a la misma piscina -, te compraré una nueva si esta se despinta.

Horacio no hace ningún gesto relevante, aunque esta ligeramente feliz de que su hermano trate de bromear acerca de la situación.

-No importa -Le responde, y cierra sus exhaustos ojos mientras recarga las mejillas en sus propias rodillas. -, la encontré en el bar hace tiempo, alguien la habra dejado allí.

Su hermano frunce el ceño y extiende la camisa para verla mejor, ahora ya no esta empapada, solo está húmeda y eso ayudaba bastante…

-Joder que asco -Dice disgustado, pero burlandose a la vez. -¿Porque te la quedarías tío, estás enfermo?

-La lavé -Responde.

-No sabes dónde ha estado asi que… no vuelvas a quedarte la ropa que dejan por ahí, ¿Vale?

-Está bien…


Después de una larga caminata, la recepción del edificio parecía la más cálida y amable para ambos de los hermanos, quienes no tenían dinero para tomar un taxi y terminaron regresando húmedos y en medio de una helada impresionante en la ciudad de Los Santos. El elevador no tardó mucho en llegar y tras unos segundos de recuperar el aliento, ambos finalmente pudieron llegar y entrar al departamento de Horacio.
Gustabo no tardó ni dos segundos en apresurar a su hermano para que se duchara rápidamente, pues no quería que pillara un resfriado, así mismo, cuando salió lo metió en las sábanas y le ordenó quedarse allí hasta que su cuerpo se calentara. Horacio obedeció y terminó recostado y enterrado sobre un par de cobijas que estaban ligeramente pesadas. Gustabo entró al baño tras asegurarse que su hermano estaba caliente, y Horacio miró al techo pensando en todo lo que había ocurrido, mientras escuchaba el agua de la regadera corriendo…

El de cresta cerró los ojos y tomó un suspiro detenido para tratar de no pensar en eso. Se giró bajo las sábanas y aunque estaba encogido en su propio cuerpo se sentía como si a las almohadas les hiciera falta un acompañante para que pudieran calentarse definitivamente.

Lo cual era gracioso, porque el único candidato para ello era un ruso que seguía perdido por allí. 
Un ruso que tenía la piel más fría que el hielo, pero que era lo suficientemente fría como para calentar al moreno.

[....]

Volkov estaba caminando mientras sostenía débilmente una maleta que tenía como destino otro continente, estaba preocupado, pues llevaba minutos caminando y aunque había salido de casa tan solo pequeños momentos después que el rubio, no podía encontrarlo por ningún lado.
La temperatura estaba bajando y Volkov tenía miedo de que Gustabo, el hermano de su gran amor, pensara que él estaba relacionado en un movimiento tan turbio como el de Jack Conway.

Café Mentolado || VOLKACIOWhere stories live. Discover now