XLIX

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[...]

Horacio encontró la forma de entrar en una de esas piscinas públicas cerca del área donde vive.
Solía ir ahí cuando Gustabo y él eran un poco más jóvenes, Gustabo iba ahí a fumar y Horacio lo acompañaba para no tener que pasar la noche solo.

Un pensamiento lógico sería que por el invierno, las piscinas públicas estaban cerradas, y además de cerradas, vacías, pero aparentemente esta no lo estaba. Parecían darle mantenimiento todo el año y aunque aquello fuera una pérdida de dinero e inversión, las piscinas estaban totalmente llenas y en funcionamiento la mayor parte del tiempo.
Así que a una persona tan perdida como Horacio, se le ocurrió una idea tan perdida como él, y aquello fue, nada más y nada menos que torturarse físicamente tan solo para sentir por unos segundos al agua de la piscina tocar su piel.

Estaba flotando, sobre el agua, dejando que ella cargara su peso y todo lo que venía con él.

Cerraba los ojos y dejaba que el líquido taponara sus oídos para que así no tuviera que escuchar ni siquiera sus propios sentimientos.

Se estaba preguntando... si debió haber corrido tras Volkov como siempre lo hacía.
Porque, a pesar de que le restó importancia a todo lo que el ruso dijo, se sintió como si insinuara que todo el problema fuese sobre él.


Egoísta

¿Volkov era egoísta?

Bah, por supuesto que no lo era.
Pero a Horacio le molestaba pensar que siempre era él quien corría por el otro.

¿Siempre era así?

¿Siempre era Horacio quien corría por Volkov?

Horacio traga saliva de una manera cuidadosa, sin perder el equilibrio para que el agua continuara sosteniéndolo sin ningún tipo de problema.
Abre los ojos y con ello ve el cielo, que ya está oscuro por el anochecer. En él ve estrellas que aunque no parecen estar acomodadas en montones, brillan con deficiencia y palidez.

Son tan diferentes.
Eran tan diferentes a las que él vio con Volkov.

Ese día, en el parque.
Y ese día en el balcón también.
Y ese día, mientras anochecía en el cementerio.

Las estrellas en Nueva York brillaban más que en Los Santos, eso era un hecho comprobado por el mismo chico moreno de cresta.
¿Eso significaba que él estaba destinado a estar junto a Volkov, en Nueva York, una ciudad donde las estrellas parecen solo brillar para ellos?, porque, si era así, entonces ese plan no lucía necesariamente malo.

La ciudad que antes, era un tormento para el de cresta, se había convertido en un paseo de recuerdos donde los labios fríos de un extrangero eran los guías que le tomaban de las manos y lo llevaban de tour, como si lo deslizaran por la ciudad.

Esa pequeña risilla que siempre salía desde su garganta, para terminar como una pequeña carcajada en el aire.

La forma en la que su aroma se acumulaba de alguna manera cuando se encogía de hombros porque Horacio estaba tratando de besar su cuello.

La forma en la que una voz tan suave y amigable como la de él podía soltar suspiros tan melodiosos y notas tan altas a la hora de abrazar a Horacio mientras ambos permanecían desnudos.

El temblor de su cuerpo cuando sus piernas abrazaban el torso del moreno porque su piel estaba siendo acariciada por los deliciosos escalofríos del éxtasis. Arqueando su espalda y juntando su cuerpo aún más con el de Horacio, como si pudieran fundirse juntos para simplemente unirse y permanecer así.

"Creo que te amo"

¿Crees?
Pero
"Te quiero"

¿Lo haces?

Lo hago.
Yo lo hago.
No, yo... no.

Horacio lo hace.
Porque él solo está tratando de entender unos sentimientos tan complicados como los de Volkov, pero, justo ahora, Horacio se ha dado cuenta que sus sentimientos son igual o aún más complicados que los de su amado.
Con sus brazos extendidos, siendo cargados por la fuerza del agua se mueve bruscamente y se impulsa con ellos hacia atrás, hundiendo su cuerpo por completo bajo todo lo que lo sostiene.

Abre los ojos y mira hacia el fondo, topándose con el brillante azulejo que resplandece con la luz de la luna a través del agua.
De su boca deja salir el aliento que sostiene y las burbujas de oxígeno salen disparadas hacia arriba.
Cierra los ojos otra vez y trata de quedarse en el fondo por unos segundos más, ya que, encontrarse allí, de alguna manera le trae la misma paz que la soledad que le acompañaba antes de conocer a su querido ruso de ojos azules.

Se imagina así mismo tomando las manos de Volkov, durante la última nevada que presenciaron en Nueva York. Ambos con los pies descalzos, de puntillas y danzando el uno junto al otro sobre el hielo del lago congelado en medio del parque donde los sentimientos surgieron. Se dirigen al centro, donde la frialdad aún es delgada, pero... eso no parece importar cuando ambos son tan ligeros como su enamoramiento.

Por un momento, Horacio suelta la mano de Volkov y este gira y gira, dando vueltas sobre el hielo hasta que se detiene. Y lo mira. Y el hielo debajo de él comienza a estrellarse, causando grietas que a Horacio le duelen en lo más profundo del corazón.

"No necesito la ayuda de alguien que ni siquiera puede decir que me quiere" dice, y eso sale de sus labios como un susurro realmente ruidoso.

El hielo sé quiebra y se rompe, pero esta vez cuando Horacio intenta lanzarse para rescatar al ruso que tanto desea sostener, ya es demasiado tarde.

Volkov está bajando lentamente, quedando atrapado en la obscuridad del abismo en el perverso lago.

Siento como sientes.
Siento la asfixia también.

Pero es que, no te puedo pedir que confíes en mí, porque también es mi primera vez sintiéndome tan desesperado por otra persona que me está volviendo loco con las sensaciones que me haces sentir.

Lamento que tu primera vez amando a alguien sea tan dolorosa.

Y lamento que mi primera vez amándote, sea tan confusa, Volkov.


Horacio abre los ojos de nuevo, y sube a la superficie con el pánico sobre el pecho, toma un gran respiro y además de sentir la presión del agua sobre su estómago, ahora también siente el nudo en la garganta que ha aparecido gracias a la imagen tan complicada de las cosas que se ha pintado en su imaginación.
Se acerca a la orilla, con sus brazos se ayuda a salir y se sienta en el borde para dejar que el aire frío golpee su espalda y todo el resto de su cuerpo húmedo.

Finalmente, se deja desvanecer ahí, sujetando su rostro y accediendo a llorar por un problema sin sentido.

Café Mentolado || VOLKACIOWhere stories live. Discover now