CAPÍTULO 13

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Hoy estuvimos jugando al fútbol, así que me cambié a unos pantalones de deporte y una camiseta, me puse unas zapatillas y salí a las canchas de cemento que estaban situadas en la parte de atrás del instituto.

No me gustaban los deportes; era un poco propensa a los accidentes. No era patosa o algo así, no me caía todo el tiempo, pero generalmente terminaba haciéndome daño si había que participar en algún tipo de juego físico. Hoy no fue una excepción. Hice una entrada al mismo tiempo que una chica de mi clase, y terminé cayendo de narices al suelo. Afortunadamente puse las manos delante y no me caí de bruces totalmente, pero terminé raspándome bastante las dos palmas. Siseé de dolor y me impulsé hacia arriba para sentarme.

Agatha, la chica al que le había entrado, vino inmediatamente, agachándose a mi lado.

—¡Caray! ¿Estás bien, Wanda? —preguntó, disculpándose con la mirada.

Asentí y dejé que tirará de mí hacia arriba para ponerme de pie. Me ardían las manos. Las volví para ver que estaban sangrando por un montón de pequeños cortes y rasguños, había suciedad mezclándose con la sangre y también lo que parecían un par de piedrecitas bajo la piel.

—Estoy bien, Agatha, no te preocupes, esto es algo normal para mí —dije con desdén mientras usaba mi camiseta para sacudir algo de la suciedad de mis manos.

El señor Andrews, el profesor de gimnasia, vino y reinició el partido para que la gente dejara de mirarme embobada

—Ve a lavarte las manos, Wanda, quizá deberías ir a ver a la enfermera para que comprobara que salga toda la tierra —sugirió, haciendo una mueca de dolor al ver mis palmas.

Asentí y me dirigí al despacho de la enfermera, sentándome allí mientras ella me limpiaba las manos con algodón y usaba unas pinzas para sacar un par de piedrecitas antes de frotarme las palmas con una crema antiséptica rosa de olor nauseabundo. Después de que terminara fui derecha al vestuario, cambiándome la ropa de gimnasia en lugar de volver a salir a jugar.

El resto de la mañana pasó tan rápido que apenas pude seguir el ritmo. Por qué será que cuando estás ansioso por algo, el tiempo tarda una eternidad en pasar, pero cuando no quieres que llegue algo, no le lleva nada de tiempo. Es como si el tiempo me estuviera torturando o algo así.

Cuando la campana del almuerzo sonó, agarré mi bolsa y me dirigí a la clase de Natasha. La puerta ya estaba abierta, pero afortunadamente ella aún no estaba allí. Me metí y paseé hacia los pupitres del fondo de la habitación. Elegí el que estaba cerca de la ventana y saqué mi IPod. Forcé a mi mente a pensar en cualquier otra cosa que no fuera ella. Cerré los ojos y puse las manos en el pupitre, con las palmas hacia arriba, esperando que dejaran de picarme pronto.

Un par de canciones más tarde, mi música se detuvo inesperadamente. Abrí de golpe los ojos para ver a Natasha merodeando delante de mí, con el ceño fruncido.

Me burlé y me quité los auriculares de las orejas, tirándolos sobre la mesa con enfado.

—No me lo digas, no se me permite escuchar música en tus castigos —escupí con sarcasmo.

Sonrió con tristeza.

—Puedes escuchar música. Sólo quería saber que les pasó a tus manos —dijo en voz baja, señalándolas con la cabeza.

Apreté mis manos en puños. ¿Por qué de pronto está siendo agradable conmigo? No puede estar en plan «esto nunca sucedió» y gritarme en un instante y luego ser agradable al siguiente. No es justo.

—Eso no es de su incumbencia, señorita Romanoff.

Me puse de nuevo los auriculares en los oídos, con demasiada dureza como para estar cómoda, y encendí la música tan alto que hizo a mis orejas zumbar. Nos miramos mutuamente durante unos pocos segundos para luego apartoar la mirada y puso algo sobre mi pupitre, antes de caminar hacia la parte frontal de la habitación y dejarse caer en su silla. Observé mientras sacaba un fichero y empezaba a escribir, ignorándome completamente.

Cuando el verano termina  (Adaptación Wandanat)Where stories live. Discover now