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Dalila POV'S

Hace al menos diez minutos que la partida de póker comenzó. Me mantengo de pie a un lado de Alexandro, él tiene toda su atención en las cartas rojas y negras que sostiene entre sus manos. La verdad es que no entiendo que diablos es que se supone tiene que hacer, pero me entretengo al verlo con el ceño levemente fruncido y la mandíbula apretada en concentración. Él es apuesto. Tanto que ni siquiera le doy relevancia a lo que hacen los demás, me dedico a observarlo, y sonreír cuando me dedica alguna que otra mirada cómplice.

Resulta que para el póker, al menos en éste casino, la partida se abre con no menos que el monto de diez mil dólares. Casi me muero al escuchar tal cifra, en ese instante pasó a importarme muy poco nuestro pequeño propio juego. No está en mis planes que el hombre pierda diez grandes, o más, por algo tan estúpido como apostar. Por supuesto que el italiano se negó cuando se lo plantee, incluso dijo algo en su propio idioma que logró ponerme las mejillas rojas. Y eso que no le entendí ni una sola palabra que dejó caer de sus labios.

—La partida aumenta a otros diez mil dólares, por favor caballeros, acerquen sus fichas—El hombre de no más de cuarenta años, con chaleco y moño negro a juego, avisa con voz tranquila, educada.

Me siento más nerviosa, no puedo controlarme cuando apoyo mí mano con suavidad sobre el hombro de Alexandro. Al momento sus oscuros ojos se clavan en los míos, alza una ceja.

—¿Necesitas algo?—Su tono amable no se me pasa por alto.

Aprieto los labios en una delgada línea. Le doy un vistazo al resto de los jugadores, la mayoría está acompañado por alguna mujer. A diferencia de mí, ellas beben tragos y conversan en un pequeño grupo bastante exclusivo del que con sinceridad no me interesa formar parte. Ríen encantadas, entretenidas y más que felices al ver a sus esposos poner en juego tanta cantidad de dinero.

No me siento cómoda con esto.

—¿Qué tal si lo dejamos hasta aquí, Alexandro?—Me inclino ligeramente hacía él. No me interesa que nadie más escuché nuestra conversación—Es demasiado, no sé que haría si esto no sale a tú favor—Arrugo el entrecejo.

Él me estudia por un momento, la sombra de una sonrisa aparece en esos bonitos labios suyos.

—Quanto sei dolce (Que dulce que eres)—Lo siento murmurar. No sé cómo lo haré, pero necesito saber esas cosas que se empeña en decirme sólo en su idioma natal. De repente su mirada cae sobre el suelo—¿Cómo lo llevas con los zapatos?

Las arrugas en mí frente se profundizan—¿Los zapatos?—No sólo que cambia de tema, si no que logra tenerme confundida y perdida a la misma vez. Él asiente, sus ojos vuelven a caer sobre los míos.

—Los zapatos, ¿Te duelen los pies?—Aclara.

La verdad es que son una puta tortura creada para sufrir, pero al menos te ves bonita mientras lo haces. Quiero ser respetuosa, después de todo el hombre Armani tuvo la consideración de enviarlos a mí departamento para mí. Pero eso no quita que extrañe mis deportivas. Mucho. Mierda que las extraño.

—No es nada que no pueda manejar—Me encojo de hombros—La respuesta es un tanto ambigua, no del todo sincera. Seguimos conversando medio en susurros, envueltos en nuestra propia burbuja.

Alexandro no parece conforme con mí respuesta entonces lleva su silla hacía atrás. El elegante hombre extiende su mano, en un movimiento rápido pero suave, guía mí cuerpo hasta su regazo. Cuando mí peso cae sobre sus piernas, mí corazón se dispara. Temo que él pueda escucharlo golpear con tanta fuerza debajo de mí pecho, frenético, encantado y enternecido.

—Está claro que yo no uso de esas cosas—Sus labios rozan mí oído—Pero se ven bastante incómodos. Descansa un poco—Y como si nada, su brazo pasa por el costado de mí cuerpo para volver a tomar las cartas que están dadas vueltas sobre la mesa.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now