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Dalila POV'S


Mantengo la mirada puesta en Alexandro, todavía aturdida ante la imagen que presencié segundos atrás de su espalda. El corazón se me encoje al pensar en el dolor que el Italiano habrá pasado en el momento, cuestionándome quien sería lo suficientemente cruel para marcarlo de tal salvaje manera. Luego la etapa de curación, las difíciles noches sin encontrar la posición para dormir, y después manejar el hecho de haber quedado sellado de por vida con trazos que jamás se borrarán.

La furia abarca todo de mi, haciendo de mis manos en dos puños, dispuesta a enfrentar a quién se atrevió a ponerle un dedo encima. Aprieto los dientes, porque nadie en el mundo merece tener lo que él con tanto pesar carga.

Me muerdo la lengua para no acribillarlo a preguntas, sabiendo que por la manera en la que se rehusó anteriormente a que lo ayudara con su camisa, probablemente no se siente con la confianza o seguridad para tratar un tema tan sensible. Los ojos se me llenan de lágrimas, pero lejos de que la razón sea lástima. Jamás lo pondría en ese lugar, sobre todo porque aunque evidentemente no lo conozca del todo, el hombre Armani detestaria que lo haga.

Se debe a pura impotencia, a no poder hacer más que estar aquí de pie viendo cómo su rostro se contrae, tan abatido y ensimismado en su mente.

Inspiro hondo, decidiendo que observarlo no solucionará absolutamente nada. No quiero que se cierre aún más, demostrarle que conmigo puede sentirse seguro, en calma.

Con mucha lentitud reanudo el andar hacía él, de inmediato su cuerpo se pone muy rígido, pero no aparto mis ojos de los suyos mientras camino en su dirección. Al estar más cerca noto cómo la respiración se acelera, mandíbula ajustada y los hombros en posición de defensa. Me parte el alma conocer éste lado de él; indefenso y roto.

Una vez me posiciono delante me dedico un segundo a apreciar la firmeza de los músculos de su torso, lo perfectamente tallado y trabajado que está. Mi mano viaja hasta su brazo, tocándolo antes de continuar y rodearlo. El contraste de la espalda en comparación con su pecho es impresionante, tanto que es como si se tratara de dos hombres distintos. Él exhala, vislumbrando antes de continuar cómo es que cierra los párpados con fuerza. Paso saliva con dificultad al estar de cara nuevamente con las cicatrices, trazando mi tacto ahora por la piel rugosa y de matices rojizos.

Son tres marcas, que van por todo lo largo y ancho de su piel, como malditos rasguños tan hacia adentro que a penas si fueron capaces de sanar correctamente. Lo que más me asombra es que no parecen tener mucho tiempo, considerando que quizás no tengan más de dos años, medianamente nuevas. Me impresiono por la brutalidad de tal acto hacía Alexandro, enfocándome entonces en el tatuaje a gran escala que supongo funciona como escudo. La tinta también es roja, y es la primera vez que veo tal trabajo en alguien, las líneas prolijas (lo más que se pueden si tenemos en cuenta que debajo siguen sus heridas) destacan, la cabeza del dragón en sus omóplatos, la cola enredada que desciende con elegancia por su espalda baja, las crestas, escamas y garras logradas con éxito.

Los vellos se le erizan mientras sigo inmersa en el enorme e intimidante dibujo, tan opuesto a la personalidad amable, a veces cálida y de semblante tranquilo del italiano.

¿Por qué eligió plasmar ésto?

Me asombra que aunque la imagen sea grotesca, ruda, y en cierto punto con un toque agresivo, me guste.

—Dalila—Al instante levanto la cabeza, su voz áspera e ida llegando a mis oídos—Es horrible, no quiero que tengas que seguir viendo algo así—Lo dice con asco, profunda pena y malestar.

Entonces hace el ademán de alejarse, pero lo retengo.

Mi ceño se frunce, completamente en desacuerdo con Alexandro. ¿Horrible? No difiero en que como primera impresión es difícil asimilar la forma en la que ha sido herido, pero está muy lejos de desagradarme, porque se trata de él; el hombre que ama los trajes costosos, quién me pregunta decenas de veces al día cómo me encuentro, la misma persona que se preocupa en comprobar si estoy cómoda, no pase frío o tengo hambre. El italiano que me hace reír porque a sus jóvenes veintiocho años de edad detesta los mensajes de texto y le encanta cocinar pasta para mi sólo porque se lo pido.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now