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Alexandro POV's

Un corto asentimiento de cabeza en señal de agradecimiento hacia Sander es todo lo que necesita para luego verlo desaparece de mi campo de visión, adentrándose de nuevo en el ajetreado tránsito de la ciudad.

Con un ligero bolso en mi mano derecha emprendo mi camino hacia la entrada del hotel. Los copos de nieve y el viento fresco golpean mi cara, pero no me preocupo por resguardarme del hostil clima. El trayecto es breve y pronto estoy en la recepción. Una de las tres secretarias me sonríe, tan amable y atenta como le han enseñado a ser. No se demora en preguntar qué se me ofrece.

Últimamente he estado más impaciente de lo usual. Más irritable. Así que al oír su voz, mi ceño se frunce casi de inmediato, y tengo que contenerme para no ladrarle el hecho de que tengo una habitación reservada aquí desde ayer por la mañana.

—Alexandro Cavicchini, tengo una suite presidencial.

Podría considerarse que esta chica es linda. Con su cabello rubio y lacio que le llega justo por debajo de las orejas, y esos ojos celestes, que se esfuerzan por tener un brillo amable si no es que algo más atrevido cuando clavo mi mirada en ella.

La mayoría de los tipos tendrían el cuerpo inclinado sobre el mostrador. Con una sonrisa seductora mientras  tratan de tener una mejor vista de sus tetas redondas, a penas contenidas debajo de una camisa blanca con unos botones demasiado pequeños. No es vulgar aunque tampoco elegante. Es un punto intermedio. Y a mi me aburre. Así que no le dedico sonrisitas sugerentes ni hago alguna clase de movimiento para captar más de su atención. Aunque, seamos sinceros, desde que puse un pie aquí ya la tenga toda sobre mi. De ella y sus otras dos compañeras.

—Por supuesto. Tendré que pedirle su tarjeta de crédito para verificar los datos y buscarlo en el sistema.

Se mordisquea el labio y juguetea con la cadena de plata barata con una de sus manos, robándome miradas furtivas aquí y allá.

Tanteo en el bolsillo de mi abrigo y al dar con la tarjeta American Express la deslizo por encima del mostrador.

—Gracias —agita las pestañas.

Me abstengo de rodar los ojos al techo.

Mi palma viaja a la madera del mostrador, y siento la calidad del duro material. Es de madera italiana. Exquisita. Sin embargo, a medida que transcurren los segundos, mis dedos tamborilean, ansioso porque termine de una maldita vez y pueda meterme en mi habitación. Ha sido un vuelo demasiado largo.

—Aquí está. —levanta los ojos hacia mi. Me extiende la tarjeta magnética de mi habitación.—¿Tiene equipaje que registrar? puedo llamar al botones y él se encargará de...

—No. —interrumpo. Miro hacia mi costado, otro hombre se está registrando y a él sí que le interesan las tetas de su recepcionista. Me vuelvo hacía la rubia insípida. —Quiero una mesa para esta noche en el restaurante. Que sea para dos. A las siete.

Su rostro se descompone momentáneamente, aunque pronto logra poner otra de esas sonrisas serviciales en sus delgados labios.

—Lo lamento, Señor Cavicchini. El restaurante estará cerrado a los huéspedes por esta noche. —Su voz es azucarada y entrecortada, y debo haber puesto una expresión de disgusto total porque se apresura a explicar. —Tenemos un evento especial y el lugar fue reservado hace unos días. Siento las molestias. Pero puedo reservar por usted otro sitio que tenga disponible una mesa para esta noche. Desde ya, se ajustará a sus comodidades.

Soy muy consciente de que esta chica no tiene la culpa de que el jodido restaurante tenga sus puertas cerradas al público por hoy, pero diablos, a mi bajo nivel de tolerancia le interesa un verdadero comino. Estoy agotado y pensé que con una comida ligera y dos copas rápidas el negocio estaría hecho sin necesidad de salir del hotel. Era mucho más práctico.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now