020

76K 2.7K 985
                                    

Dalila POV'S



No tengo ni la menor idea sobre barcos, pero éste sin duda puede entrar en la categoría de los más impresionantes; Jamás en mi vida había visto un yate tan elegante, desde los detalles en metal y acero, colores en negro y el diseño aerodinámico. Me quedo sin aliento por un segundo, contemplando cómo la enorme nave se alza por encima de las demás; imperiosa, distinguida y hermosa. 

El día se presenta para una salida a navegar, si bien el clima se mantiene bajo una brisa fría y una suave neblina, no está para nada ventoso. El sol comienza a asomarse y resplandecer sobre las nubes, lo que me hace creer que tendremos un día soleado, de mediados de otoño, pero al menos brillante

En cuanto a la gente, no hay muchas personas disfrutando del sitio de una manera que sea recreativa. Los pocos que hay se dedican a poner en condiciones sus barcos, y es que según el Señor Mercer, por las noches es cuando hay más movimiento, todo dependiendo de los futuros eventos que se organizan en las enormes embarcaciones para la burguesía de la ciudad. Además, algo de lo que yo misma estoy al tanto, es que en época de verano es cuando existe mucha mayor demanda del lugar.

—¿Necesitas algo?—Alexandro tira de mi mano para acercarme a él, transitando los últimos metros por el puerto deportivo mientras que el hombre de mediana edad, cabello rizado y gafas cuadradas, nos guía por las escaleras que dan a cubierta. Recién me percato de que la nave no tiene nombre.

Niego, sonriendo levemente—Estoy bien, ¿Tú?—Inquiero, cuando él me sujeta de la cintura por detrás con cada escalón nuevo que subo.

—Me parece de lo más considerado que me lo preguntes a mi también—Murmura negando. Lo veo de refilón, tirando de sus comisuras en una lenta sonrisa.

Lleno de aire mis pulmones una vez estamos por fin en el yate, consciente de que aquí arriba la brisa se percibe más fresca y pura. No me quiero ni imaginar a medida que nos distanciamos de la ciudad. Muerdo mi labio inferior, observando sujeta a la dorada barandilla a las personas y las demás embarcaciones, a lo lejos los intimidantes edificios de Nueva York y el precioso camino que nos espera recorrer por el río Hudson.

Mercer nos dedica un gesto simpático al acompañarnos, vestido con pantalones caqui, camisa blanca y un suéter azul. Recuerdo la cara que puso Alexandro al ver su vestimenta, frunciendo ligeramente el ceño y negando con la cabeza al encontrarse con los zapatos de punta.
Me río suave, alisando el pantalón negro que él me regaló, conjunto a un abrigo muy bonito para la ocasión, además de unos guantes, los que a mi parecer consideré demasiado y hasta me atreví a poner en duda de usar, pero el hombre Armani dijo que no estaba en sus planes que me vaya a enfermar.

Alexandro, quien todavía me sostiene con un agarre decidido por la cintura, me hace un leve gesto para que lo siga. Salgo de mi ensimismamiento, encantada por la vista a nuestro alrededor. Nunca me había tocado ver la ciudad desde ésta perspectiva.

Nos adentramos más al yate, el ambiente aquí es mucho más cálido y templado en comparación con el exterior. Pasamos por una puerta de madera, pisando unos pulcros suelos del mismo material dónde para mi sorpresa, más allá y casi en una esquina, hay una mesa circular repleta de alimentos para el desayuno. Enormes ventanales que nos permiten todavía admirar el paisaje desde el interior hacia afuera, un pequeño bar y hasta un mullido sofá que le da un toque bastante íntimo. A un lado, una chica vestida con uniforme azul marino, de líneas grises y chaqueta negra, coleta rubia, mejillas regordetas, nos sonríe a los tres. Sostiene una bandeja de plata en sus manos, con la espalda derecha y el gesto complaciente. Me quedo perpleja, pensando en si ella nos hará compañía hasta mañana.

—Como usted mismo puede comprobar, está todo más que listo, Señor Cavicchini—El italiano desliza la mirada, estudiando el impecable sitio con detenimiento.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now