013

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Dalila POV'S


Alexandro me ayuda a sentarme correctamente sobre la cama, y cuando intento alcanzar mis bragas sobre la mesa de noche él niega con la cabeza. Con mucha delicadeza termina por acomodar mi vestido en su lugar. 

Luego del momento tan íntimo es inevitable no caer en la realidad de lo que hice, aunque no dejo que aquello me avergüence. Ya está, ¿Me voy a arrepentir ahora? La respuesta es no. Se sintió demasiado bien saber que el italiano estaba en la misma habitación conmigo mientras me frotaba, eso... me excitó. Al igual que cada una de sus palabras, la forma en la que me habló tan sucio y primitivo. Todo un dominante. Y se sigue sintiendo bien ahora al terminar y tener su compañía.

—Espera aquí, Dalila—Me da una cálida mirada antes de desaparecer en camino al baño. No pasan más que unos cinco minutos hasta que el Señor Armani está devuelta, y con una toalla húmeda en sus manos. Entonces, él se arrodilla frente a mi—Abre tus piernas para mi, bella bruna.

Me quedo helada.

Oh, por eso no quería que me ponga las bragas.

Una de sus oscuras cejas se arquea—¿Pasa algo?

Me remuevo sobre el colchón—Puedo hacerlo yo misma—Seguido, me encojo de hombros.

Él niega por segunda vez—Nada de eso. Abre los muslos, Dalila—Su mirada se torna severa—No quiero que el paño se enfríe.

Muerdo mi labio inferior, joder, ya he llegado hasta aquí. Está siendo considerado por querer limpiarme ¿Verdad?. Además, técnicamente ya me ha visto allí abajo. ¿Por qué hacer tanto problema?

—Bien—Murmuro.

A continuación comienzo a subirme el vestido, su atenta mirada se desliza desde mi rostro a la tela amontonada en mis caderas. Tomo una profunda respiración antes de abrir las piernas. Noto como sus ojos se opacan, cierta lujuria asomándose en sus iris.

—Eso es, bella bruna—Apremia con la voz algo más ronca—Quédate quieta para mi—Ordena. Asiento en respuesta.

Alexandro comienza a pasar el paño tibio entre mis muslos, con muchísimo cuidado y tacto. Observo embelesada como sus manos; marcadas con algunas venas, de dedos largos, palmas grandes y varoniles, se toman de su tiempo en la tarea que emplea. Ahogo un gemido al sentir la toalla con la calidez justa demasiado cerca de mi vagina. Él se percata, la sonrisa ladina que se le asoma en los labios lo delata.

—¿Tenemos que estar en silencio?—Inquiero.

Me preocupa que ésto se vuelva incómodo. Aunque hasta el momento, por más que intente no ponerme roja debido a lo expuesta que estoy, y falle estrepitosamente, la forma en la que se da todo es bastante natural. Como si ésta no fuera la primera vez que tengo delante de mi a un italiano de metro noventa sobre sus rodillas limpiando los restos secos de mi orgasmo.

—No—Su sonrisa se agranda—¿Quieres conversar sobre lo que hicimos?—Sus mirada se alza por un segundo en busca de la mía.

—¿Tú quieres?—La risa que suelta, ronca y profunda, se siente en toda la habitación.

—Definitivamente no quiero que me contestes con otra pregunta, Dalila—Vuelve a volcar su ojos en mi intimidad—Ya casi estás—Avisa con una fugaz caricia en mi piel.

—¿Qué hay de ti?—No puedo ignorar el hecho de que la única de los dos que ha obtenido un orgasmo, fui yo.

—¿De mi?—Hago un gesto a su pantalón, que debajo, esconde una notoria erección. Mentiría si dijera que no me da curiosidad ver qué tan dotado está el italiano—Entiendo—Asiente antes de dejar un beso en el interior de mi muslo, alisar mi vestido y ponerlo en su lugar.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now