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Dalila POV's

Diciembre.

Navidad.

Como una hermosa postal, la ciudad está cubierta en nieve, con sus decoraciones de Santa, bastones de caramelo y los infaltables muérdagos en cada tienda a la que vayas a entrar. Sin embargo, el espíritu de las fiestas no se me contagia. Pero intenté parecer entusiasmada en la cena de Noche Buena, dispuesta a alegrar a Kat después de haber cocinado durante horas, pero a diferencia de que en esta ocasión, y no como en Acción de Gracias, Joan estuvo para ayudar. Lo que fue difícil para ambos.

Mi hermano lo quería hacer a su manera, demasiado perfeccionista, con la mente entrenada para guiar a un grupo de cocineros. Le daba sugerencias que sabíamos que en realidad no lo eran. Sonaban más a órdenes solapadas. Hasta que la rubia se hartó, le recordó que estaba en su departamento y que ella, en su casa, cocinaba como se le daba la gana. Se cerró el asunto de inmediato, con Andrea de fondo sonriendo de orgullo.

En cuánto a esas dos, se han vuelto inseparables.

Aunque varían entre el penthouse de Andrea y nuestro departamento, me siento incómoda cada vez que están juntas y yo me encuentro en casa. Ellas juran que mi presencia no les molesta, pero me aseguro de darles espacio. Porque mí habitación no es aprueba de sonidos, y puedo oír muy bien cuando están en esas extensas sesiones de besos en el sofá. Entonces encuentro una buena excusa que me obliga a marcharme. Ya sea el trabajo o un súbito deseo por dar un largo paseo. El último siempre me cuesta una nariz roja y mejillas ásperas.

Hoy, para mi suerte, hallé la justificación perfecta para escapar de ellas, así y todo, inicialmente se resistieron a dejarme ir. Comenzaron argumentando que es Navidad, y que debería estar prohibido trabajar en un día festivo. Pero yo tenía que salir de allí y Bruno preguntó si podíamos entrenar. Tengo las llaves del gimnasio hasta que Sandra regrese de sus vacaciones por París. Para mis vacaciones me toca esperar una semana más, entonces, tendré que poner a andar mi imaginación y ver cómo me las arreglaré para evitarla a las chicas. En parte porque parezco la jodida amiga solitaria y deprimente que se esfuerzan por integrar, y en parte, porque si bien creía que estar alrededor de Andrea no me afectaría en nada, es difícil no recordar que su hermano es el hombre con quién salía.

Me cuestiono muy seguido si soy una mala persona por hacer esto. Por alejarme deliberadamente de todo aquello que me trae la imagen de su rostro. Por continuar en esta caja de cristal en la que estoy encerrada, en donde puedo ver el mundo exterior, pero no formar parte de el.

Suspiro, observando desde algunos pasos a la distancia a Bruno hacer dominadas. Los músculos de sus brazos sobresalen al empujar hacia arriba, y su espalda, cubierta por una capa de sudor, se contrae con el movimiento regulado de subir y bajar.

—¿Cuántas repeticiones te quedan? —inquiero, caminando en su dirección, prestando atención de que sus piernas no se balanceen.

—Dos —gruñe, exhalando el aire en una bocanada exhausta. El boxeador no se rinde, con el cabello empapado, la camiseta blanca pegada al torso y los pantalones deportivos cayendo sutilmente por sus caderas. Con otro gruñido, cumple el total de dominadas para esta serie. Sus manos se sueltan de la máquina y con un ruido sordo, los pies chocan contra el suelo. Su musculoso cuerpo se agita por el cansancio, pero me sonríe, satisfecho consigo mismo. —¿Qué tal me viste? he mejorado mi técnica, ¿lo notaste?

Tan enorme como es, con su torso de acero y esas piernas firmes, se me sigue haciendo increíblemente amigable. No transmite ni una pizca de miedo, con ese rostro casi angelical, de sonrisa brillante y una mirada inocente.

—Si, lo noté —Le devuelvo el gesto, extendiéndole una botella con agua —Dos series más y podrás irte a casa.

Encoge los hombros.

Esclava del PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora