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Dalila POV'S



Alexandro es bastante, o mejor dicho, muy bueno en la cocina. El italiano se maneja con muchísima soltura en el espacio, como si fuese algo habitual para él, cortar verduras y estirar la masa para la pasta. Quizás, aunque tiene a Mayra para los quehaceres del hogar, se dedica de algún tiempo para cocinar él mismo, porque es obvio que lo disfruta y realmente le gusta.

Mientras el italiano está, según comentó con mucha seriedad, dándole algunos toques esenciales a la salsa, yo me encargo del pan, que no es otra cosa más que cortar unas cuantas rebanadas antes de pintarlas con aceite de oliva y ponerles pequeños trozos de ajo por encima. No es una obra maestra ni se acerca al aroma tan rico que nos envuelve en la cocina gracias a Alexandro, pero al menos me siento útil mientras hago algo y lo ayudo.

—Me gusta eso de que sepas desenvolverte en el ámbito culinario, si por algún motivo nos perdemos aquí navegando, sobreviviremos a base de tus comidas—Bromeo. La risa de Alexandro llega a mis oídos.

No hay sitio muy lejos al que irse porque prácticamente seguimos en la ciudad, sólo que en el agua. Además, en el Río Hudson transitan bastantes embarcaciones durante el mes, la mayoría por la pesca.

—¿Tú no cocinas, Dalila?—Cuestiona, divertido. Niego, concentrada en mi tarea.

—No, soy un desastre para todo lo que involucre ollas, fuentes y cucharones—Nuevamente siento su ronca risa—En casa, Kat es la que se encarga de alimentarnos a ambas.

La rubia es excelente en eso, a decir verdad, aunque con los almuerzos no suele tener que cargar porque las dos estamos en nuestros empleos. Entonces lo más probable es que comamos en el trabajo, pero la cena, oh, siempre me sorprende con alguna ensalada deliciosa, pollo o sopa de verduras. Le da un gran sabor a todo, muy sutil, de especias suaves y toques finos.

—¿Te aseguras de comer lo necesario?—Inquiere, con cierto tinte más severo. Arrugo la nariz, confundida.

—¿Qué?—Digo, asegurándome de alinear el cuchillo con el pan.

—Si tú no cocinas, y lo hace tú amiga, ¿Al menos tienes la certeza de ingerir los nutrientes básicos para el día, Dalila?—Me quedo muy quieta, y con sinceridad no sé si reírme porque me ha tomado muy por sorpresa con su pregunta, o muy lentamente desaparecer camino a la salida.

—No lo sé—Me encojo de hombros—Creo que si.

Rindo más que bien en mis entrenamientos, en las obligaciones de la semana, incluso salidas a beber y lo demás. Así que, sí.

Arrugo el entrecejo, y por fin dejo ir una carcajada cuando una imagen más clara de cómo es el italiano viene a mi; su personalidad, quién es, empieza a tener más forma conforme pasa el tiempo.

El hombre Armani detesta la tecnología, tiene inconvenientes serios para tolerar los eventos y cualquier situación en la que requiera tratar con alguien que no está dentro de sus planes, y ahora, se preocupa por mi salud como si fuese alguna clase de doctor.

¿En serio tiene veintiocho? Es como un anciano encerrado en un maldito cuerpo tallado por los dioses.

De igual manera, es por todo eso y más, que justamente me siento sumamente atraída por él.

—¿Por qué te ríes?—Cuestiona.

Vuelvo la cabeza, un poco distraída, todavía con una risa vibrando en la parte baja de mi garganta cuando me doy cuenta de que tal movimiento ha sido un grave error por mi parte.

—¡Mierda!—Chillo, regresando a la tabla de madera y al afilado cuchillo para pan.

—La boca, Dalila—Gruñe. Aprieto los dientes, intentando no hacer una gran escena por esto, pero muy pronto sintiendo mi boca secarse—¿Bella bruna?—Inquiere, ligeramente preocupado.

Esclava del PecadoWhere stories live. Discover now